domingo, 24 de abril de 2011

La Segunda República la destruyó la izquierda - Debates en Libertad

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Éste es el artículo que hoy proponemos para el debate en libertad, pero con respeto:

La Segunda República la destruyó la izquierda

Se han cumplido 80 años desde que se proclamó la Segunda República española. ¿Merece la pena conmemorar el 80 aniversario de la II República como algo históricamente positivo? La República se ha convertido en un mito fraudulento que la izquierda española se ha agenciado por su romanticismo ideológico y sectario. República procede del latín res pública, es decir, “la cosa pública, lo público” y no es ni de derechas ni de izquierdas. En España la izquierda ha construido el mito de la II República, una especie de arcadia feliz que supuestamente trajo innumerables derechos y libertades, aunque se demostró que fue todo lo contrario, y que el franquismo cercenó.

Lo cierto es que fue un escenario de inestabilidades muy grande, de miedo, de asesinatos de inocentes, de multitud de barbaridades y de utilización del pueblo por parte de los que pretendían el tránsito a la revolución y a la imposición de un régimen totalitario por parte de la izquierda. Parte de la izquierda estaba impregnada del bolchevismo soviético, otros del idealismo del comunismo libertario. La realidad es que, republicanos, al igual que hoy en España, eran pocos.

El socialista Julián Besteiro, a diferencia de sus correligionarios fue todo un paradigma de la ética y la honradez, quizás es el que mejor resumen hace de la II República al afirmar que fue “una mentira del tamaño del Himalaya”. La izquierda se ha aprovechado del franquismo haciendo de la República una ensoñación. Sin embargo, colocan un velo al ocultar los atentados, las pistolas, un periodo sumido en la confusión, el caos y la pobreza. La defensa de la República es seguramente el último bastión ideológico de la izquierda en España. Últimamente, esa impregnación ideológica nos llega en forma de serie de la televisión pública que pagamos todos los españoles con nuestros impuestos.

La II República se tradujo en enfrentamientos entre todos los bandos políticos y sobre todo entre los partidarios de izquierdas que querían una República cada uno a su medida, cuyo resultado fue una República abocada al fracaso y sorprendentemente, nuestro presidente José Luis Rodríguez Zapatero la reivindica como una época idílica. Lo cierto es que quien no conoce la historia está abocado a repetirla y Zapatero predica el fracaso y así nos va.

Más allá de la idealización a la que ha sido sometida, durante las últimas décadas, por la propaganda de izquierdas, una mirada objetiva arroja más sombras que luces sobre este agitado período de nuestra historia. En definitiva, la izquierda española trata de presentar la II República como un referente democrático, pero no tiene nada que ver con los hechos. La izquierda de forma romántica añora un periodo de la historia de España que ella misma destruyó por su sectarismo y radicalidad.

La izquierda siempre ha alabado la II República, pero ésta fue el caldo de cultivo para la llegada de la Guerra Civil. El clima de violencia por parte de los radicales izquierdistas, la Revolución de Asturias, la pasividad de los dirigentes, las huelgas, los incendios a edificios religiosos, las pistolas o el asesinato del líder de la oposición Calvo Sotelo a manos de socialistas son ejemplos inequívocos de hacía donde se dirigía la República.

La II República puso de manifiesto el espíritu nada democrático de la izquierda. El monopolio de la violencia lo tuvo el Estado, nunca hubo tanta violencia en la calle como en aquella época. Quisieron acabar con la derecha y asaltar el poder de cualquier forma para alcanzar “la dictadura del proletariado”. El mito de la izquierda ha sido el mito del golpe de Estado de Franco contra un gobierno legítimamente establecido, contra un Estado de Derecho. Sin embargo, ha quedado probado que las elecciones de 1936 fueron un pucherazo y una serie de desmanes contra la derecha.

La República se rompió desde el primer mes quedando por los suelos ese supuesto Estado de Derecho. Es falso que fuera la derecha la que acabó con la República, sino que fueron sus gobernantes de izquierdas quienes la decapitaron. Una izquierda socialista que quería una revolución, una izquierda comunista que quería un conflicto para que interviniera la URSS y pudiera salir victoriosa, una CNT que jamás quiso una república, el propio Azaña que pensaba que una República era válida si era solo de izquierdas y que no permitiera llegar al poder a la derecha o el propio Largo Caballero que siempre conspiró y fue el artífice de la insurrección de 1934.

La II República fue un caos, un caos provocado por la izquierda que culminó en un golpe de Estado. La izquierda la ha intentado sostener bajo unos pilares que son falsos, son absolutamente contrarios a la verdad histórica, simplemente son mentiras y gordas, otra cosa es la propaganda política. Por lo tanto, todo esto hay que recordarlo, pero no para celebrarlo sino para no repetirlo.

La historia de la II República: La llegada de la II República, el bienio Social-Azañista, las reformas, la historia de la bandera de la Segunda República, la Reforma Agraria, las elecciones de 1934, la Revolución de Asturias, la proclamación del Estado Federado Catalán, las elecciones de 1936, el asesinato de Calvo Sotelo y la llegada de la Guerra Civil.

80 AÑOS DE LA II REPÚBLICA: MENTIRAS Y GORDAS

La división de los monárquicos y la presión de la izquierda acabaron con Alfonso XIII

El final de los 45 años de reinado de Alfonso XIII, el segundo más largo tras el de Felipe V, se intercala en uno de los periodos más convulsos de la historia de España. El desenlace de la Restauración se abrió con la dimisión forzosa de Miguel Primo de Rivera. El monarca pretendía que la liquidación de la dictadura le permitiera volver a tender puentes con todos aquellos sectores que habían sido expulsados por el general del juego político y que habían respondido sumándose al proyecto republicano.

Pero los problemas que en 1930 atravesaba la monarquía eran más profundos. Por un lado, la dictadura de Primo de Rivera, que implicó una ruptura total con los Gobiernos anteriores, había restado legitimidad a las decisiones del gobierno y del mismo Alfonso XIII. Por otra parte, la gran depresión de 1929 atacó con virulencia las finanzas nacionales. Las condiciones laborales de la clase obrera empeoraron, las oportunidades de negocio desaparecieron y el Estado engrosó su déficit público, ante su incapacidad para recaudar los impuestos que requería el mantenimiento de su actividad. Además, las acusaciones de corrupción se habían vuelto frecuentes y alcanzaban incluso a la cúpula del Estado.

Lejos de aplacar los ánimos de la izquierda, la renuncia de Primo de Rivera alentó las expectativas del proyecto republicano. El rey perdió el dique de contención que le alejaba de las críticas y la apuesta por el general Dámaso Berenguer, primero, y por el almirante Juan Bautista Aznar, después, terminaron de sellar el fin de Alfonso XIII, ante las dificultades que encontraron los dos últimos Gobiernos de la monarquía para lograr la reconciliación política y mejorar la situación económica. Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, en las que vencieron las tesis antimonárquicas, inauguraron la II República.

En el fin del reinado de Alfonso XIII influyeron de forma determinante las maniobras socialistas, que, con Indalecio Prieto a la cabeza, decidieron abandonar su anterior fidelidad al monarca para pronunciar las críticas más violentas contra el jefe del Estado.

De todos los discursos que pronunció la izquierda en aquellos meses posteriores a la salida de Primo de Rivera del Consejo de Ministros sobresalió, por su especial virulencia, el que Prieto dedicó al rey en el Ateneo de Madrid en abril de 1930, apenas tres meses después de la marcha del dictador en el que llegó a cuestionar la integridad y la honradez del monarca.


Fracturas en la derecha

A la ofensiva del PSOE se sumaron los problemas de salud de uno de los más fieles colaboradores del monarca en la derecha, el líder dela Liga Regionalista Francesc Cambó, que ya había ocupado con anterioridad las carteras de Fomento y Hacienda y que, de no ser por un cáncer de garganta, habría formado parte de los dos últimos Gobiernos de la Restauración.

No obstante, el rey tuvo más bajas en el flanco derecho, y no precisamente por enfermedad. Fueron muchos los conservadores que, tras haberse mantenido bajo el paraguas de Alfonso XIII en los años de esplendor de su reinado, decidieron unirse a las tesis republicanas.

Uno de ellos fue el jefe de los conservadores, José Sánchez Guerra, que tras haber ocupado hasta cinco carteras bajo la jefatura del rey, decidió declararse monárquico pero “antialfonsino”. En el fondo, la postura de Sánchez Guerra, como la de otros conservadores y liberales, respondía a una venganza contra el monarca por su apuesta decidida por Primo de Rivera hasta enero de 1930.

Otro monárquico declarado, el conde de Romanones, tuvo un papel aún más destacado en la fase final del reinado. Tras la salida de primo de Rivera, Romanones aconsejó al rey que nombrara presidente del Consejo de Ministros a Aznar, y él mismo se sumó al Ejecutivo como ministro de Estado. Sin embargo, cuando las críticas al monarca arreciaron, Romanones se cambió de bando y aconsejó a Alfonso XIII que renunciara al trono y se exiliara, ejerciendo una influencia decisiva sobre el rey desde su círculo más cercano.


Un frente republicano

Puede concluirse que, si bien la oposición de la izquierda dañó a la monarquía, fueron en realidad las deslealtades, rivalidades y ambiciones de la derecha las que, paradójicamente, terminaron de hundirla.

Con una monarquía debilitada por la situación económica y desprovista ya de los diques que habían contenido hasta ese momento las críticas de la oposición al régimen, los movimientos prorrepublicanos encontraron vía libre para unir sus fuerzas y articular sus aspiraciones comunes en el llamado Pacto de San Sebastián, un acuerdo que rebasó la frontera de los ideales para crear de facto un Gobierno en la sombra.

En agosto de 1930, Niceto Alcalá-Zamora –a la postre, primer presidente de la II República-y Miguel Maura –que llegó a ocupar una cartera en el primer Gobierno- sacrificaron sus posiciones teóricamente conservadoras y monárquicas para impulsar la creación de un frente republicano. A la llamada de Alcalá-Zamora y Maura acudieron la Alianza Republicana de Alejandro Lerroux, el Partido Radical-Socialista, Acción Catalana, Acción Republicana de Cataluña, Estat Catalá, la Federación Republicana Gallega y se adhirió también, entre otros, Indalecio Prieto a título particular. El Pacto evidenció que las filas del rey estaban sufriendo una merma preocupante.

Los firmantes del pacto se constituyeron en un Comité Revolucionario Nacional, que tuvo entre sus primeras decisiones la instigación de una sublevación militar. El 12 de diciembre de 1930, se sublevó un destacamento militar en Jaca, que declaró el ayuntamiento de la población primera Administración local republicana de España. Tras estos hechos, dos columnas de militares partieron rumbo a Huesca. Sin embargo, la revuelta fue finalmente aplacada y, sus líderes, los capitanes Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández, fusilados.

Pero, a la vez de aplacar los ánimos de las formaciones republicanas, la represión de los incidentes les concedió mayor energía y nuevos argumentos. A principios de 1931, la oposición a Alfonso XIII casi tocaba con los dedos su objetivo.


La llegada de la II República

La llegada de la República en el año 1931 parecía una posibilidad ignota, porque nadie pensaba que la monarquía se fuese a desplomar. ¿Qué ocurrió? En un intento de Alfonso XIII de regenerar el sistema, tuvieron que decidir si iban a unas Cortes Constituyentes (elecciones generales) o a unas elecciones municipales. Y decidieron que antes de ir a unas Cortes Constituyentes para reformarla Constitución ya muy añosa de 1876, mejor iban a unas elecciones municipales.

Hay que decir, y esto es muy importante, que esas elecciones municipales no eran un referéndum sobre la forma de Estado, eso no lo pensaron ni los republicanos en ningún momento, ni tampoco unas elecciones a Cortes Constituyentes, simplemente unas municipales. Nadie dijo que eso era un plebiscito popular ni un referéndum. En la primera vuelta que fue el 5 de abril del 31 los resultados fueron los esperados, hubo 14.800 concejales monárquicos y 1.832 republicanos. O sea, que las candidaturas monárquicas ganaron de calle.

Una semana después, el 12 de abril, tuvo lugar la segunda vuelta de las elecciones municipales. El resultado, que es algo que ocultaron los republicanos y que no se publicó hasta después de proclamarla II República, fue más abrumador aún favorable a los monárquicos. Salieron elegidos 5.775 ediles republicanos frente a 22.150 monárquicos, pero esta diferencia enorme en muchas de las capitales de provincia fue una diferencia a favor de los republicanos. Y concretamente lo fue en Madrid, donde un concejal de partido socialista, que se llamaba Andrés Savorit Colomer, consiguió que votaran por su partido millares de difuntos mediante un pucherazo espectacular.

Cuando empiezan a llegar las primeras noticias a palacio de que en las principales capitales de provincia sí que se ha producido una victoria republicana cunde el pánico en palacio. Tanto que, durante la noche del 12 al 13 de abril, cuando Alfonso XIII pide ayuda al General Sanjurjo que estaba al mando de la Guardia Civil y éste le dice por telégrafo que él no defendía al Régimen, que si se producía un conato republicano él no sacaría la Guardia Civil a la calle. Sorprendentemente nadie en palacio movió un dedo debido a esa posible insubordinación que pudiera llegar a pasar. Incluso Emilio Mola, que era el Jefe de Seguridad, permaneció impasible ante tales atentados. O sea, que las fuerzas monárquicas no movieron un solo dedo por defender la situación y el Estado, dejando a la Monarquía totalmente arrumbada.

Otra circunstancia es que el cuerpo de telégrafos estaba muy infiltrado de republicanos, de tal manera que el comité republicano tenía la noticia que la Guardia Civil no iba a salir a la calle, comenzaron las manifestaciones callejeras y Antonio Maura empujó a los republicanos a apoderarse del poder. Cómo sería la situación que ante la debilidad de las instituciones que hubo quien le dijo al Rey que tenía que retirarse, porque si no lo hacía no se responsabilizaban de lo pudiera pasar con la familia real y ya se sabía lo que había pasado 14 años antes en Rusia con los Zares. De hecho la reina Victoria Eugenia estaba aterrada y llegó a decir a ver si nos va a pasar como a nuestros primos, haciendo referencia a los Zares.

Hubo un momento en el que se intentó salvar la monarquía y tanto el Conde de Romanones como Gabriel Maura fueron a ofrecerles cartera para un gobierno provisional a los republicanos en una Cortes Constituyentes. Pero los republicanos se habían dado cuenta de que el Régimen se caía. De hecho, ninguno de los ministros del Régimen querían resister en el gabinete, excepto De la Cierva porque se trataba de España, de la legalidad y de que habían ganado las elecciones los monárquicos. Entonces, Alcalá-Zamora dijo que ellos no podían controlar a las masas (¿Qué masas?) y que no sabía lo que le podría pasar a la monarquía si no se iba antes de la puesta del sol. El rey Alfonso XIII dijo que no quería que se derramara sangre y el 14 de abril, un comité revolucionario proclamaba la República. Ese mismo día, el rey Alfonso XIII puso rumbo a Cartagena y abandonaba el país.

“[...] Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil”

Manifiesto de Alfonso XIII, 13 de abril de 1931

Renunciaba a la Jefatura del Estado, pero sin una abdicación formal:

“[...] No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa.”

Manifiesto de Alfonso XIII, 13 de abril de 1931

De esta forma tan tramposa y vil llegó una República sin republicanos gracias a la manipulación mediática que tuvo unos efectos tales que cambió la historia de España, y de qué manera. Su llegada no sólo no fue fruto de la democracia, no fue fruto de un proceso electoral transparente y ejemplar, ni del pueblo que se lanzó a la calle, sino de un golpe de Estado que triunfó por lo debilísima y agónica que estaba la Monarquía. Fue producto de una perversión de la legalidad. España entra en un tramo de su historia verdaderamente escalofriante.

En sus primeros días se quemaron intencionadamente edificios religiosos y junto a ellos sus bibliotecas con más de 100.000 volúmenes irremplazables, se perdieron para siempre ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo y Calderón de la Barca. Se destrozaron obras de Zurbarán, Van Dyck y Claudio Coello. Se desenterraron cadáveres de religiosas, las sacaron a paseo e incluso las llegaron a lanzar en llamas. Se produjeron saqueos y robos. Para más inri, La fuerzas de seguridad, permanecieron impasibles ante tales atentados. Estos fueron los comienzos de la República en España. Ya dejaba ver que el régimen que llegaba no era de todos y para todos.

Se habla de la quema de conventos, pero no hay que olvidar que estos señores que siempre hablaban en nombre de la cultura, queman también bibliotecas, queman centros de enseñanza, queman obras de arte, va a ser una constante durante la II República, sobre todo cuando llega la Guerra Civil es una cosa ya absolutamente desmadrada.

La llegada dela II República llegó con muy pocos que creían en una republica como un fin en sí mismo. Es una reacción a una Monarquía desprestigiada. La mayoría piensa que es un fin para llegar a otro sitio. A la izquierda sólo le valió la República para apartar del poder a la Iglesia y la derecha. La utilizaron para llegar a otro fin, para llegar a una revolución social, para llegar a una dictadura bolchevique o para llegar al conflicto al que al final se llegó.

La República se define desde el primer momento como anti cualquier cosa, en lugar de pro república. A diferencia con la transición del 77-78 que se define en pro de la democracia, la República fue siempre anti Jesuitas, anti católicos, anti monárquicos, anti derechas, anti Iglesia, anti propietarios, anti capitalismo, anti ricos, anti aristócratas, en definitiva “anti”.

Azaña, en distintas declaraciones públicas, se mostró muy crítico con las aspiraciones de la CEDA a gobernar, pues no aceptaba el que se hiciese con el poder a través de los votos, en este sentido, subrayó con claridad la jerarquía de relevancias para el Estado de darse una situación crítica: “Por encima de la Constitución, está la República, y por encima de la República, la revolución”.

Por lo tanto, la gran amenaza de la República llega desde la izquierda. Miguel Maura, Ministro de Gobernación, cuenta en sus memorias como durante los primeros cinco meses de su mandato hay 508 huelgas revolucionarias ¡en cinco meses! Incluso hay una declaración de guerra en el mes de junio de 1931 en Sevilla porque ésta es tomada por los anarquistas.

La II República rompió con sus buenas intenciones del principio y terminó en manos de un Frente Popular vengativo y soviético. Por su culpa nació el fascismo, la revolución de la burguesía y las clases medias frente a la revolución comunista y socialista. Fue un régimen que fracasó por su propia incapacidad para respetar las reglas del juego democrático. La República en España va ligada, invariablemente, a la intransigencia, al sectarismo, a la violencia y al desvarío.

La izquierda se ha caracterizado por una superioridad moral, cuyo claro ejemplo lo tenemos en Pablo iglesias, el alabado fundador del PSOE, que ya hacía ver lo que vendría a ser el partido socialista en la II República. En su primera intervención en el Parlamento como consecuencia de conseguir el PSOE su primer diputado en 1910 dijo “El partido que yo aquí represento aspira a concluir con los antagonismos sociales,… esta aspiración lleva consigo la supresión de la magistratura, la supresión de la iglesia, la supresión del ejercito… Este partido está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones” o también en otra sesión del Parlamento de ese mismo año dijo “…Tal ha sido la indignación producida por la política del gobierno presidido por el Sr. Maura , …, hemos llegado al extremo de considerar que antes que su Señoría suba al poder debemos llegar al atentado personal.” y quince días después Antonio Maura sufrió un atentado a manos de Manuel Posa Roca, éste tiroteó a Maura en Barcelona, hiriéndole en una pierna y en un brazo. El pistolero no era del Tea Party: era un joven socialista y Pablo Iglesias se negó a sumarse a la condena de ese atentado en las Cortes al día siguiente.

Los atentados y los golpes de Estado no sólo ocurrieron antes de la II República, sino durante de la misma. Pierde la legitimidad en varias ocasiones, una es con el golpe revolucionario de Asturias en el 1934 donde el socialista Largo Caballero quiere hacer un calco de la revolución soviética de 1917 y una guerra civil dicho por él mismo. Este es un primer golpe ala República, y luego, en las elecciones de Febrero del 36 donde se produce un empate técnico que fue totalmente amañado por la izquierda, de hecho, nunca se publicaron las votaciones, algo curioso. También ocurre que al mes Azaña fuerza la destitución de Alcalá-Zamora como presidente de la República.

Ortega y Gasset lo tenía muy claro cuando exclamó “¡No es esto, no es esto!”, refiriéndose al cariz que habían tomado los acontecimientos, una vez puesta en marcha la II República Española.

Una de las claves de la República se encuentra en la estrategia de Azaña. Antes de que llegue la República Azaña se plantea una estrategia general para crear un régimen de izquierdas con dos aspectos: “la inteligencia republicana” dirigiría, mínimo, al sindicato de la UGTque era el más poderoso entonces. Debido que había colaborado con la dictadura de Primo de Rivera el partido socialista aparecía en aquel momento como el partido más organizado y más fuerte, gracias a su colaboración.

El propio Manuel Azaña nos da una idea de lo que era la “inteligencia Republicana” en sus diarios, donde no para de fustigar a sus correligionarios reconociendo que eran unos “obtusos”, “botarates”, “gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta”, “notables por su ignorancia, injusticia, mezquindad o tontería”, “me entristezco casi hasta las lágrimas por mi país, por el corto entendimiento de sus directores y por la corrupción de los caracteres”, “zafiedad”, “politiquería”, “ruines intenciones”, “conciben el presente y el porvenir de España según se los dicta el interés personal”, “política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta”, etcétera, etcétera. Entonces, ¿Quién piensa que con esta inteligencia se podía ir muy lejos? El relato de Azaña colisiona con el que nos cuenta la historia de las izquierdas. Por otra parte, Maura calificó al Gobierno del momento de “manicomio suelto y desbordado”. Quienes hoy defienden y se proclaman herederos de la República y el Frente Popular, recuerdan a aquellos republicanos tan vívidamente descritos por Azaña.



De la intransigencia de Azaña a la generosidad del Monarca

La sed de venganza de los republicanos contrasta con el ánimo conciliador que mostró el monarca una vez desposeído ya de su corona. El Boletín Oficial del Estado (Gaceta de Madrid) Publicó la orden de las Cortes Constituyentes firmada por Azaña que culpaba de alta traición a Alfonso XIII, le retiraba todos sus derechos y autorizaba a cualquier ciudadano a capturarlo si entraba en España. El diario ‘ABC’ recogió, por el contra, una entrevista de Alfonso XIII en la que éste pedía a sus seguidores en España que apoyaran la República y se disculpa por los errores que pudiera haber cometido “pensando en el bien de España”. La Leydel 26 de noviembre de 1931 en la que las Cortes acusaron de alta traición a Alfonso XIII y que fue publicado en la Gaceta de Madrid decía:

‘A todos los que la presente vieren y entendieren, sabed: Que las Cortes Constituyentes, en funciones de Soberanía Nacional, han aprobado el acta acusatoria contra don Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena, dictando lo siguiente:

“Las Cortes Constituyentes declaran culpable de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos del acta acusatoria, al que fue rey de España, quien, ejercitando los poderes de su magistratura contra la Constitución del Estado, ha cometido la más criminal violación del orden jurídico del país, y, en su consecuencia, el Tribunal soberano de la nación declara solemnemente fuera de la ley a don Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena. Privado de la paz jurídica, cualquier ciudadano español podrá aprehender su persona si penetrase en territorio nacional.

Don Alfonso de Borbón será degradado de todas sus dignidades, derechos y títulos, que no podrá ostentar ni dentro ni fuera de España, de los cuales el pueblo español, por boca de sus representantes elegidos para votar las nuevas normas del Estado español, le declara decaído, sin que se pueda reivindicarlos jamás ni para él ni para sus sucesores.

De todos los bienes, derechos y acciones de su propiedad que se encuentren en territorio nacional se incautará, en su beneficio, el Estado, que dispondrá del uso conveniente que deba darles.

Esta sentencia, que aprueban las Cortes soberanas Constituyentes, después de publicada por el Gobierno de la República, será impresa y fijada en todos los ayuntamientos de España, y comunicada a los representantes diplomáticos de todos los países, así como ala Sociedad de Naciones”.

En ejecución de esta sentencia, el Gobierno dictará las órdenes conducentes a su más exacto cumplimiento, al que coadyuvarán todos los ciudadanos, tribunales y autoridades’.

Esta ley sería derogada por otra del 15 de diciembre de 1938 firmada por Francisco Franco.


El rechazo de los intelectuales

Los intelectuales de la época que más ayudaron a traer la República denostaron al Frente Popular. Acabaron denunciando los abusos de un Estado arbitrario. Marañón llama a sus líderes “cretinos criminales”, “Todo es en ellos latrocinio, locura y estupidez”, “Horroriza pensar que esta cuadrilla hubiera podido hacerse dueña de España (…). Y aún es mayor mi dolor por haber sido amigo de tales escarabajos y por haber creído en ellos”. Pérez de Ayala los considera “desalmados mentecatos”, cuyo “crimen, cobardía y bajeza nunca hubiera podido imaginar”. Ortega fustigó a los intelectuales extranjeros, que, ignorándolo todo de España, defendían a las izquierdas. Unamuno fulminó contra Azaña, y aunque tuvo su célebre choque con los falangistas, mantuvo su condena a su Gobierno. Llegó a decir que ante este régimen de censura quería que se volviese a establecer la ley de prensa de la época de la monarquía. Besteiro admitió que los nacionales habían librado a España de una pesadilla…



BIENIO SOCIAL-AZAÑISTA

De abril a diciembre de 1931, un Gobierno provisional promovió las primeras elecciones, ganadas ampliamente por la izquierda, y la Constitución. Esos 8 meses vieron una oleada de incendios de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza, con complicidad de facto del Gobierno, causa de una primera quiebra social.

Bienio republicano-socialista, diciembre de 1931 a diciembre de 1933, dirigido la mayor parte del tiempo por Manuel Azaña. Presenció el pequeño golpe de Sanjurjo, espiado y vencido por el Gobierno, e insurrecciones anarquistas. Una de estas culminó en la matanza de campesinos de Casas Viejas por la Guardia de Asalto. Azaña quedó desprestigiado, perdió varios comicios parciales y el presidente Alcalá-Zamora le hizo dimitir. En ese bienio aumentó la delincuencia y la agitación política, con numerosos muertos, y el hambre volvió a los niveles de principios de siglo. Las reformas –agraria, militar y en la enseñanza- fracasaron por su sectarismo e ineficacia. La mayoría del pueblo, harto, votó al centro-derecha en las elecciones de noviembre de 1933.

Como consecuencia de la defección de la derecha en general, que no participa o que no tiene una representación adecuada en las elecciones de 1931 y que las Cortes la van a componer los partidos de izquierdas, la Constitución fue moderadamente democrática pero profundamente sesgada. Eso lo tenía a gala decir Azaña, porque él se definía como un sectario y como un radical en todos los aspectos. El bienio socialista-azañista de 1931-1933 tiene que hacer frente a tres insurrecciones que son de los anarcosindicalistas, los tres ochos, el 8 de enero de 1932, el 8 de enero de 1933 y el 8 de diciembre de 1933.

Las primeras sublevaciones a la República son de anarquistas y comunistas. Curiosamente, los anarquistas tienen más muertos durante el bienio social-azañista, el gobierno de Azaña con los socialistas, por represión que durante toda la monarquía de Alfonso XIII. Ellos practican lo que vienen a llamar “gimnasia revolucionaria”, consideran que hay que ir curtiendo el músculo revolucionario hasta llegar a la república que desean. La primera acción de Falange es cuando se produce el asesinato de Juanita Rico, el único movimiento de derechas, por llamarlo de alguna forma, que hubo antes de la represalia a esta militante socialista fue el golpe de Estado del General Sanjurjo el 10 de agosto de 1932, pero del cual es importante dejar constatado que es un golpe que no apoya ninguna fuerza mayoritaria de la derecha.

-La Sanjurjada se produjo en la madrugada del 10 de agosto de 1932 donde el general José Sanjurjo dio un golpe de Estado desde Sevilla. La asonada fracasó esa misma noche y Sanjurjo fue condenado a muerte, pena que le sería conmutada por prisión en el penal del Dueso y luego exilio forzado a Portugal. –



Sin garantía constitucional

Lo que nacía para terminar con décadas de caciquismo y corrupción, degeneró en desprecio por la libertad, atropello de los derechos humanos e inestabilidad. Comenzando por la llamada Ley de Defensa de la República, que resultó ser una ley mordaza: suspensión de periódicos, multas, confinamientos y hasta sanciones de hasta 10.000 pesetas para quien criticara al nuevo régimen.

El grave déficit democrático de la Constitución de 1931, aprobada en las Cortes sin la derecha, y sin respaldo del pueblo, al no ser sometida a referéndum. Ese talante explica la pasividad del Gobierno ante los bandazos de los distintos Gobiernos, en ocasiones excesivamente débiles o pasivos ante los desmanes –como la quema de conventos- y, en otras, ferozmente represivos –caso de Casas Viejas (Cádiz)-.

España fue pasto de la anarquía, la corrupción señoreaba en las altas esferas. Casos como el escándalo del estraperlo, un affaire de casinos que salpicó a Lerroux, comisiones bajo cuerda que provocó la crisis del Gobierno de Chapaprieta, en 1935. Durante la guerra, los escándalos crecieron. Muy significativo fue el caso del socialista Juan Negrín que se lucró con dinero público y evadió divisas en la contienda, siendo titular de una cuenta con una saldo de 370 millones de francos.

La arbitrariedad fue la tónica de la República. Fueron perseguidos los católicos y aislada la derecha. Y después del 36, las luchas internas en el seno de la izquierda fueron constantes. Como ejemplo está la desaparición y muerte de Andreu Nin, líder del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), a manos de agentes soviéticos con la complicidad del Gobierno, hizo decir a Albert Camus: “La muerte de Nin constituyó un viraje en la tragedia del siglo XX, que es el siglo de la revolución traicionada”.



Sin libertad religiosa

La Constitución de la II República lesionaba la libertad religiosa, en su Artículo 26, establecía la disolución de las órdenes religiosas que estableciesen un voto de “especial obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado”. Se proscribía así a las órdenes que hacían voto de obediencia al Papa. A comienzos de 1932, esa norma dictatorial se utilizó para disolver la Compañía de Jesús, nacionalizar sus bienes e iniciar una auténtica persecución contra sus miembros.

La Constitución de 1931 establecía, además, la disolución de todas las órdenes religiosas que “constituyan un peligro para la seguridad del Estado”. Con una afirmación así se abría la puerta a que cualquier gobierno se cargase toda orden que no complaciese los caprichos del poder. Además, dicha Constitución prohibió a las órdenes religiosas dedicarse a la enseñanza, una labor a la que los religiosos había dedicado enormes esfuerzos y que había permitido educarse a numerosas personas de las clases más humildes. Se trataba de un atropello en toda regla que violaba el derecho a la libertad de educación. Pero las medidas anticatólicas de esa Constitución no acababan ahí.

El Artículo 27 proscribió los cementerios religiosos, ya fueran católicos, judíos, protestantes, etc. Dicho Artículo también establecía lo siguiente: “Las manifestaciones públicas del culto habrán de ser, en cada caso, autorizadas por el Gobierno.” Se sometía así a la voluntad del poder el ejercicio de la libertad religiosa, suprimiéndola de facto.

El anticlericalismo llegó a extremos insospechados durantela República. Iglesias y conventos quemados, sacerdotes torturados y vejados, monjas violadas o asesinadas, católicos perseguidos con saña por el simple hecho de ir a misa… Esa persecución no tuvo precedente en Europa occidental: más de 6.800 sacerdotes y religiosos fueron asesinados víctimas de la barbarie; los lugares sagrados, profanados; iglesias y conventos, destruidos o destinados a cuadras; las momias de los cementerios, desenterradas… Y entre tanto, Manuel Azaña no vaciló en afirmar que “Todos los templos de España no valen lo que la sangre de un republicano”. Aunque ya abonó el terreno en 1931 cuando afirmó en las Cortes que “España ha dejado de ser católica”.

Esto no ocurrió sólo durante la Guerra Civil, sino desde el comienzo de la segunda República. Todo comenzó en mayo de 1931, cuando una multitud prendió fuego a 11 edificios de Madrid, entre ellos varios conventos, ante la pasividad de las fuerzas de seguridad. Se abrió la veda. Ser católico se convirtió en una temeridad. En la Revolución de Asturias murieron asesinados 12 sacerdotes, siete seminaristas, 18 religiosos y se quemaron 58 iglesias. Y el peligro se incrementó cuando estalló la guerra. Fueron eliminados, de las formas más atroces, 4.184 sacerdotes diocesanos, 2.365 frailes, 283 monjas, 11 obispos… En total, 6.832 víctimas de la barbarie. Salvador de Madariaga dijo que “El mero hecho de ser católico bastaba para merecer la muerte”.

Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces, dice el pueblo. Ese mismo pueblo puso letra a la música charanguera del himno nacional de la República: “Si los curas y frailes supieran / la paliza que les vamos a dar / saldría a la calle gritando / libertad, libertad, libertad”. Eso es lo que no hubo en la República: libertad.



Sin régimen liberal

La República calló en la esfera del estalinismo gracias a dirigentes con clarísimo perfil marxista como Largo Caballero, el llamado Lenin español. Ejemplos, la Revolución de Asturias, donde amplios sectores del PSOE se definieron como probolcheviques, frente a Besterio y los moderados. Su órgano oficial, El Socialista, proclamaba: “¡Por la dictadura del proletariado!”. La desclasificación de los archivos secretos del Kremlin, después de la caída del Muro de Berlín, una amplia documentación muestra a las claras la estrecha dependencia de la II República con la Rusia Soviética.



Censura de prensa y duras limitaciones a la libertad de expresión

El Artículo 34 dela Constitución de la II República afirmaba: “Toda persona tiene derecho a emitir libremente sus ideas y opiniones, valiéndose de cualquier medio de difusión, sin sujetarse a previa censura.” Sin embargo, la Ley de Defensa de la República de 1931 convirtió en delitos ciertos ejercicios de la libertad de expresión y de información, por ejemplo:

- “La difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público”

- “Toda acción o expresión que redunde en menosprecio de las Instituciones u organismos del Estado”

- “La apología del régimen monárquico o de las personas en que se pretenda vincular su representación, y el uso de emblemas, insignias o distintivos alusivos a uno u otras”

Con ello, se impedía a cualquier ciudadano, asociación o medio de comunicación ejercer la crítica al gobierno o al régimen, lo que proporcionaba a la II República normas represivas propias de una dictadura. En la práctica, esta ley supuso la instauración de una férrea censura previa, que llenó los periódicos de diverso signo de espacios en blanco bajo el título de “visado por la censura”.



Censura en el cine a escenas “lujuriosas” de abejas y flores

Durante la II República también se censuraban las películas. La censura suprimía escenas de desnudos, aquellas que tuviesen una cierta carga erótica e incluso cualquier mención a la prostitución o a los homosexuales, como señalan María Antonia Paz Rebollo y Julio Montero Díaz en “Las películas censuradas durante la Segunda República. Valores y temores de la sociedad republicana española (1931-1936)”. En dicho trabajo se recogen, además, casos de censura en “una escena que recogía la cópula de las abejas”, o “una escena de una yegua y un caballo y otra en la que se fecundan las flores”, pues “se consideró que presentaban una tendencia lujuriosa”.



Censura política e ideológica en las obras de teatro

Durantela II República también existía censura previa en las obras de teatro, incluso en las infantiles. Como señaló Manuel L. Abellán: “Autores, empresarios o representantes de las compañías teatrales elevaban una instancia con anterioridad al estreno de la obra.” En su trabajo se indica como diversas obras fueron censuradas por motivos políticos e ideológicos, e incluso suprimiendo críticas al gobierno.



La Ley de Vagos y Maleantes, un invento de la II República

Hay mucha gente que piensa que la tristemente famosa Ley de Vagos y Maleantes fue un invento del franquismo, pero la realidad es que fue promulgada el 4 de agosto de 1933, durante la II República, y fue un proyecto del gobierno izquierdista de Manuel Azaña. La versión original de la ley declaraba “en estado peligroso” a diversos individuos entre los que contaban los “vagos habituales”, los “ebrios”, “los que ocultaren su verdadero nombre” o incluso los que no justificasen la posesión del dinero que se hallase en su poder. Los castigos iban desde multas al internamiento, pasando por la pérdida del dinero y demás posesiones.

El 18 de agosto de 1934, la revista gráfica Estampa, que se editaba en Madrid y se distribuía en toda España por 30 céntimos el ejemplar, publicó un interesante reportaje sobre esta ley “progresista”. En la portada varios vagos y maleantes en fila de formación, y debajo el titular “El primer campo de concentración de vagos y maleantes”. En Alcalá de Henares se había inaugurado un campo de concentración, llamado más tarde “Casa de Trabajo” sobre las antiguas instalaciones de la cárcel de mujeres. Después de la Guerra Civil estas infraestructuras se convirtieron en los Talleres Penitenciarios de Alcalá de Henares, en cuya imprenta se edita la tira oficial del Código Penal, y la que los presos redimían penas por el trabajo.

En agosto de 1934 estaban entre sus rejas trecientos vagos y maleantes proscritos por la República. En el resto de España había ya condenados cerca de tres mil personas, internadas en las cárceles comunes. En Alcalá de Henares los vagos y maleantes eran ocupados en las tareas tales como trabajos con azada y pico, abrir surcos en la tierra de cultivo, pintar paredes, cortar leña. Esta es una parte de la historia de España, olvidada por la subvencionada memoria histórica.



Un escudo monárquico para una bandera que no usó la Primera República y el término España

A diferencia de lo que muchos piensan, un error simbólico de la Segunda República fue cambiar los colores de la bandera de 1785, creada por Carlos III y no por Franco, como cree el analfabetismo sectario de izquierdas. La bandera tricolor de la II República no fue utilizada durante la Primera República (1873-1874), régimen que usó la bandera bicolor que había establecido Carlos III como bandera nacional en 1785. La II República cambió el diseño de la bandera, donde se transmutó una banda roja por otra morada, nadie sabe porqué. No es verdad que el morado fuera el color de Castilla, pero irónicamente mantuvo el escudo con los cuarteles que representan a los reinos de Castilla, León, Navarra, Aragón y Granada, cuya unión ha simbolizado siempre el Reino de España.

En referencia al equívoco de la banda de color morado podemos decir:

“…Aquel Fernando venturoso espera que corone el alcázar de Sevilla de las rojas banderas de Castilla.”

Así canta Lope de Vega en el libro XV, 22-24 de la Jerusalén Conquistada.

Ahí está el pendón, en campo de seda carmesí, que se conserva en la iglesia de San Martín; capilla de Nuestra Señora del Racimo o de los Arias Dávila, nave del Evangelio, de la ciudad de Segovia; el de la villa de Sepúlveda, en el salón de Sesiones del Ayuntamiento, a la derecha del estrado presidencial, rodeado de pergaminos medievales con el sello encarnado, el guión enarbolado por Isabel I de Castilla en la toma de Granada y que se custodia en la Real Capilla de la catedral granadina, como el pendón que todos los años, el 2 de Enero, encabeza la procesión cívica conmemorativa del acontecimiento histórico; el pendón depositado hoy en la Sala del Solio del Alcázar de Segovia; las enseñas de Carlos I, en seda carmesí; otra de Don Juan de Austria, de su última campaña, en damasca del mismo color que se conserva en la Armería del Palacio Real de Madrid, o los dos viejos pendones de Castilla que en julio de 1977, ‘han sido bajados de la parte alta de la iglesia colegiata de Medina del Campo, donde aparecían colgados desde hacía varios siglos. Fueron bajados para su estudio por una comisión investigadora designada por el Ayuntamiento de Valladolid integrada por Don Amando Represa, director del Archivo Histórico Nacional de Simancas y Don Juan José Martín González, catedrático de Historia del Arte. Después de su examen, el doctor Represa hizo constar textualmente que “es indiscutible que la bandera de Castilla es de color rojo carmesí”.

Citaremos asimismo por último y de modo particular el pendón, rojo naturalmente, de las Navas de Tolosa, que se guarda en el Monasterio de las Huelgas (Burgos) y bajo el que lucharon las milicias concejales de Ávila y Segovia en el ala derecha de la vanguardia de vizcaínos, alaveses y guipuzcoanos, en uno de los hechos más decisivos -contestación a la avalancha almohade- de la historia de España y aun de Europa.

El rojo es el color de la enseña y escudo de Burgos, y los de Soria y Ávila. El color de las cruces que campeaban como distintivo de la rebelión en el pecho de los Comuneros, que por supuesto no alzaban ningún pendón morado. Escritores, historiadores y estudiosos de muy distintas ideologías han reiterado el color rojo carmesí como el color del pendón de Castilla.

Por último en el Libro de Actas del Ayuntamiento de Valladolid se encuentra reiteradamente una descripción de que el pendón de Castilla “era grande y algo pesado, de tres varas y media de ancho y largo, de damasco carmesí, con las armas de Castilla por ambas partes pintadas en el dicho pendón”.

Ante esta parrafada histórica en pro, defensa y evidencia del verdadero color del pendón de Castilla, cabe preguntarse el por qué del equívoco con el color morado. Esto exige una explicación.

Hay que partir de Felipe IV, que por un decreto de 10 de Septiembre de 1.634 creó el “tercio de los morados”. ¿Qué y quienes formaban el Tercio de los Morados, también llamado provincial de los Morados? El “tercio de los Morados” fue una guardia real en cuyo uniforme destacaba el color morado, cuya bandera ostentaba los atributos del Conde-Duque de Olivares. A esta guardia en el siglo XVIII se le denominó regimiento de Castilla y más posteriormente se le llamó “Regimiento del Rey” con la calificación de Inmemorial. En 1.824, al restablecerse el régimen absolutista fue disuelto como las demás tropas constitucionales por la represión de Fernando VII y su bandera depositada en la Iglesia Mayor de Reus, donde se encontraba su Plana Mayor. De allí pasó en el mismo año a la Basílica de Atocha y en1.849 a la Real Armería; pero esta bandera -pendón de los Morados- nada tiene que ver con el pendón de Castilla sino que fue simplemente el de la enseña personal del Conde-Duque de Olivares, fundador del “tercio de los Morados”. En realidad tampoco realmente era su color morado según el concepto actual del violeta oscuro, próximo al azul, sino rojo grana como el zumo de la mora (de ahí lo de morado). Así en los inventarios antiguos de la iglesia de Atocha el pendón de los morados se cataloga como “estandarte de damasco encarnado con fleco de seda en toda su circunferencia”.

El tránsito al morado oscuro como símbolo de expresión de la democracia castellana se opera por la conjunción de dos factores: De una parte los Borbones españoles consagraron con valor oficial para la Casa Real el color morado en lugar del púrpura que antes había sido el oficial de la realeza. El artículo 15 de la Instrucción sobre insignias, banderas, honores y saludos, aprobada por, real decreto de 13 de Marzo de 1.867, determina que el estandarte real sea una bandera cuadrada de color morado, que se izaba en los edificios y buques en que, se encontraba el Rey. De otra parte, la sociedad secreta de “Los Comuneros” formada en 1.821, secta desgajada de la masonería española, se hacían llamar sus miembros “caballeros de Padilla” y editaban un periódico, “El eco de Padilla”, usan en sus ritos escudos de hojalata y se organizan en torres, castillos, fortalezas y casas fuertes. Su simbología según refiere Cesáreo Fernández Duro en sus “Disquisiciones náuticas” (1.877-81) refiere que en su estatuto prescribieron que el estandarte de la sociedad (que llamaban “estandarte de Padilla” y al que Galdós califica de harapo) sería el morado con un castillo blanco en el centro, y por distintivo individual una banda morada.

Por todo lo expuesto y de acuerdo con la historia hay que concluir que EL GENUINO PENDON DE CASTILLA ES EL ROJO CARMESI y la adopción de este genuino pendón es una de las facetas en la que debemos apoyarnos para sacar del insomnio a la izquierda española.

La Segunda República también mantuvo las Columnas de Hércules con la cinta luciendo el lema “Plus Ultra”, incorporado por Carlos V para simbolizar su Imperio. Simplemente, se suprimió el escusón con las flores de lis que representaban a la dinastía borbónica, y se sustituyó la corona real por una corona mural, elección muy inadecuada pues dicha corona se usaba tradicionalmente en diversos países -mayoritariamente monarquías- para timbrar los escudos de los municipios, y no de una nación.

Una de las debilidades de la República es que el término España resultó conflictivo. Tanto la izquierda como el nacionalismo catalán preferían hablar de nación española. Algunos catalanistas y libertarios recurrían a la voz Iberia. Las más de las veces la izquierda sustituía la palabra “España” por la de República, como si fueran entes intercambiables.


Una República sin libertad de educación

El Artículo 48 de la Constitución de la II República afirmaba: “La enseñanza será laica, hará del trabajo el eje de su actividad metodológica y se inspirará en ideales de solidaridad humana.” Como ya se ha señalado, se prohibía a las órdenes religiosas dedicarse a la educación. Al declarar la enseñanza laica se excluía a la religión del sistema educativo, algo que hoy en día violaría el Artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El citado Artículo 48 de la Constitución de 1931 se limitaba a afirmar: “Se reconoce a las Iglesias el derecho, sujeto a inspección del Estado, de enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos.” Es decir, que la República reconocía a la Iglesia el derecho a enseñar su religión en sus parroquias, conventos o monasterios… pero incluso así esa enseñanza estaría sometida al control del Estado.

Significativamente, y en línea con las tesis de las logias masónicas -un poderoso y socialmente muy minoritario grupo de presión, pero al que pertenecían nada menos que 151 de los 470 diputados de las Cortes Constituyentes-, ese Artículo 48 reconocía la “libertad de cátedra” -es decir, que los profesores podían imponer sus opiniones y tesis ideológicas a sus alumnos- pero omitía toda mención al derecho de los padres a decidir la educación que deseaban para sus hijos, derecho históricamente denostado por la izquierda pero que hoy recoge el Artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.


El fracaso de la reforma agraria

La República tuvo que capear las consecuencias de la crisis mundial derivada del crack bursátil de 1929, aunque a España llegó entre los años 31-32. Hasta llegar el cambio de régimen en 1931, las tres primeras décadas del siglo pasado lo habían sido de cierta prosperidad para nuestra economía. Si se toma como referencia a Gran Bretaña, la gran potencia económica aun en los inicios del siglo XX, la renta per cápita española había pasado de ser el 41,2% de la británica en 1900 a representar el 52% treinta años después. La economía española creció durante las tres primeras décadas del siglo pasado a una tasa acumulativa del 1,1%, solamente superada por Italia pero por delante de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia o Alemania.

Indudablemente a este auge económico contribuyeron la repatriación de capitales procedentes de las antiguas plazas en ultramar, especialmente Filipinas y las Antillas, y el flujo de capitales extranjeros que buscaron el cobijo de la posición de neutralidad adoptada por España en la I Guerra Mundial. Pero también debe conjugarse entre los factores explicativos de esa prosperidad económica, la aplicación industrial de parte de los avances tecnológicos que estaban revolucionando la actividad económica mundial a lomos de los avances en el sector químico, el eléctrico o en la aplicación fabril del motor de combustión interna.

Sin embargo, la conjunción de la crisis económica mundial con la agitación política en la que va a desembocar la II República resultará fatal para nuestra economía. Mientras que en los años 20 se había llegado prácticamente al pleno empleo, en enero de 1932 el número de desempleados en España arrojaba ya la cifra de 389.000 personas y esta no hizo más que subir hasta los 801.322 parados que había en junio de 1936.

En relación con la agricultura. Esta suponía, en 1931, respecto del total del PIB, el 24,2%. Como señalaba el economista y político español Flores de Lemus, del resultado de las cosechas dependía, en “lo fundamental, la coyuntura de España en lo que ella tiene de específicamente española”, y esta influencia relativa pasaba a ser “mucho mayor que cualquier otro factor de la coyuntura”. Por eso, “del resultado de la producción en nuestros campos irradia el poder que anima o deprime durante el año la vida económica de la nación”.

La II República alcanzó el poder, como lo definió críticamente entonces el profesor Torres Martínez, como un mito: el del “pan barato”. Como la cosecha de trigo de 1931 había sido mala, decidió Marcelino Domingo, Ministro de Agricultura en 1931, importar trigo argentino, sin percibir que la depresión mundial reinaba, que podía saltar a España, y además que, como anunciaba “El Norte de Castilla” (es el primer periódico de Castilla y León y el decano de la prensa diaria española, pues fue fundado en 1854), con su muestreo tradicional, la cosecha de 1932 iba a ser magnífica, como efectivamente sucedió. La llegada de estos embarques, sumados a las perspectivas agrarias, actuó conforme señala la ley de King (Relación entre las cosechas y su precio, según la cual una baja de la producción lleva consigo aumentos más que proporcionales en los precios), que naturalmente también ignoraba Marcelino Domingo: se provocó tal caída de precios, que se hundió el poder adquisitivo de los campesinos, y con él, el de todos los españoles. Se puede decir que los Ministros económicos de la época no sabían o sabían muy poco de economía.

Pero esto se ligaba con una fuerte contracción del gasto público, para tratar de evitar la caída de la cotización de la peseta, a pesar de que Keynes, en 1930 en Madrid había señalado cómo esta caída, al facilitar las exportaciones, ayudaba a España a salir de la crisis. El déficit presupuestario fue, por eso, únicamente de un 0,2% en 1931, y de un 0,6% en 1932, del PIB. Con lucidez extraordinaria, Lluc Beltrán, en su carta a Keynes del 17 de noviembre de 1934 –publicada en los “Anales de la Real Academia de Doctores de España” 2009- decía textualmente: “Al iniciarse la bajada mundial de los precios en 1929, la peseta comenzó a bajar en consonancia, con la feliz consecuencia de mantener… la normalidad de nuestra actividad industrial. Sin saberlo, al contrario, en contra de nuestra voluntad, ya que en aquel momento se consideraba la bajada del cambio de peseta, hacíamos lo que usted recomienda hacer en el capítulo 21 de su obra “Treatise on Money”. Las cosas seguían en este plan hasta 1932. Entonces, el tipo de cambio de la peseta dejó de seguir la tendencia de los precios mundiales. Fue en ese momento cuando se empezaron a notar en España los efectos de la depresión mundial”.

El freno planteado a las obras públicas y la crisis agraria provocaron a la vez un largo desempleo, descomunal para entonces, agravado por la política de Largo Caballero, favorable a la subida de los costes salariales, esencialmente en la agricultura al poner en marcha un arbitrio típico: la Leyde Términos municipales, de 28 de abril de 1931, por la que los empresarios rurales de cada municipio debían dar ocupación, con altos salarios, a los parados que existiesen en él. Una escalofriante anécdota que relataba “El Norte de Castilla” el 17 de noviembre de 1933 le proporcionó a Perpiñá Grau (importante economista español del siglo XX), en “De Economía Hispana” (Labor, 1936), la base para señalar cómo esta política motivaba que estuviesen “un número muy considerable de ciudadanos del interior con un tenor de vida medieval”.

Alguien podría decir quela II República puso en marcha una Reforma Agraria para paliar eso. Pues bien, como sostuvo el profesor Torres, su base se encontraba en otro mito, el del “reparto”. Al decidir liquidar el proyecto del Banco Agrario, por ese miedo reverencial que a la gran Banca española tenía Azaña, ¿cómo sin crédito iban a prosperar los nuevos propietarios? ¿De qué iban a vivir hasta que vendiesen las cosechas? ¿Y cómo podrían comprar desde abonos hasta la cebada para las mulas? Por eso, la Reforma Agraria nació muerta, y solo se orientó en forma de castigo político para quienes se sospechase habían tenido algún contacto con el golpe militar de Sanjurjo en agosto de 1932. Esto provocó una expropiación muy importante en los ruedos de los pueblos, o sea en pequeñas propiedades ajenas al latifundismo. Así se creó, adicionalmente, un clima de odios en muchas pequeñas localidades agrarias que, dentro de los planteamientos del historiador e hispanista estadounidense Edward Malefakis, explica bastante de mil sucesos sangrientos a partir de 1936.

Todo esto provocó un considerable aumento del paro, lo que acentuó las tensiones sociales, las cuales, a su vez, frenaban la expansión, al empeorar las expectativas empresariales. Y para agravarlo todo, gracias a la puesta en marcha del Estatuto de Cataluña, como explicaron con contundencia José Larraz y Calvo Sotelo, se rompió el mercado interior y se alteró profundamente la marcha de la Hacienda.

La síntesis de todo lo señalado se encuentra en estas frases de Jordi Palafox en “Atraso económico y democracia. La II República y la economía. 1892-1936” (Crítica, 1991, págs. 179 y 181): “El impacto sobre la economía de la proclamación de la República fue brutal”, porque los acontecimientos “provocaron una profunda sensación de inseguridad entre los sectores económicos con más poder”.

Simultáneamente, se acentuó el intervencionismo, y los fenómenos de un fuerte corporativismo ajeno al mercado se generalizaron. Por eso sostiene Pedro Fraile Balbín, en su excelente trabajo “La intervención económica durante la II República” (en el volumen I de “1900-2000. Historia de un esfuerzo colectivo”, Planeta. Fundación BSCH, 2000), que “el predominio de los responsables políticos sin formación profesional económica, o, lo que es aún peor, con las intuiciones que formaban el conocimiento común de lo económico en aquel tiempo, era patente entre todos los ministros desde 1931 hasta los últimos gobiernos”.

El clima social en España era de un gran malestar que coincide en el tiempo con la eclosión de demandas políticas propias de todo cambio de régimen. Eso es lo que explica que el análisis de la II República siga siendo, principalmente, un análisis político e ideológico antes que técnico. Por ese predominio de lo ideológico, la reforma económica con la que se sigue identificando la II República es la Reforma Agraria y no otras como las medidas orientadas a controlar el fuerte déficit exterior y la consecuente falta de divisas, el control del tipo de cambio de la peseta o la reforma fiscal que elevaba la imposición indirecta.

La Reforma Agraria parecía que iba a resolver definitivamente la denominada cuestión agraria, al tiempo que colmaría las aspiraciones ideológicas de quienes impugnaban el derecho de propiedad como eje de un sistema económico que condenaba a la pobreza a millones de españoles. Nadie era ajeno a la cuestión agraria ni a la situación de penuria de los jornaleros. En esa preocupación coincidían todos los partidos de entonces.

Pero la Reforma Agraria no respondió a las expectativas que había generado. Sin duda porque estas resultaban ingenuas o desmedidas. En primer lugar su demora –la ley no se promulgó hasta un año y medio después de la proclamación del nuevo régimen- exasperó a los más radicales y su entrada en vigor, a los propietarios expropiados. En segundo lugar, la Reforma Agraria proyectada desde la Junta Central creada al efecto fracasó por no haber previsto ningún sistema de crédito que permitiese a los nuevos asentados financiar la compra de nuevos aperos o, simplemente y en palabras del economista y político Antonio Bermúdez Cañeta, “poder comer hasta el año siguiente en que recogieran la cosecha”. Poco antes de ser asesinado en una checa, Bermúdez Cañete denunciaba que los promotores de la reforma únicamente trasladan a la prensa, como éxito de la misma, los miles de asentamientos de campesinos, pero sin hacerse eco de las condiciones en las que trabajaban. Con estos fundamentos concluía afirmando: “Puede decirse que más que una reforma es una anarquía agraria la que así se ha engendrado”.

La Reforma Agraria no respondió a las expectativas generadas y una muestra de ello fue la revuelta campesina de Casas Viejas (Cádiz) que fue violentamente reprimida. El 11 de enero de 1933 un grupo de anarquistas de la CNT decidió hacer la revolución y proclamar el comunismo libertario, destituyendo al alcalde de Casas Viejas (Cádiz) e intentando tomar el cuartel dela Guardia Civil donde se encontraban un sargento y tres números. Hieren de muerte al sargento y a uno de los números, pero no consiguen sus propósitos. El gobierno de la República envió fuerzas de la Guardia Civil y de la Guardia de Asalto que entraron a tiros en el pueblo, incendiando varias casas y luego procedieron a una serie de juicios sumarísimos, fusilándose a participantes, vecinos y sospechosos de haber participado en los hechos, llegando a prender con gasolina la choza del conocido anarquista Seisdedos muriendo calcinados la mayoría de sus ocupantes. La represión de Casas Viejas se saldó con 23 campesinos ejecutados por movilizarse por pedir mejoras agrarias. A consecuencia de la matanza, cayó el gabinete Azaña.



BIENIO DE CENTRO-DERECHA

Bienio de centro-derecha, diciembre de 1933 a febrero de 1936. La izquierda no aceptó la victoria derechista en las urnas e intentó golpes de Estado (Azaña) y una nueva insurrección anarquista, el PSOE preparó una insurrección armada para instaurar su dictadura, Companys aprestó una rebelión en toda regla y el PNV desestabilizó al Gobierno. La insurrección, planeada textualmente como guerra civil, estalló en octubre de 1934, pretextando un falso peligro fascista, y fracasó, dejando 1.300 muertos. Se alzaron el PSOE, los nacionalistas catalanes, el PCE y sectores anarquistas, con apoyo de los republicanos de izquierda. Luego, Alcalá-Zamora intrigó contra los Gobiernos de derecha, imponiéndoles políticos también derechistas, pero afectos personalmente a él, destruyó políticamente a Lerroux (Partido Republicano Radical), expulsó a Gil-Robles (CEDA) y llevó al régimen a una crisis en la que el propio Alcalá-Zamora y su protegido Portela iban a ser juzgados por ilegalidades. Por evitarlo disolvieron las Cortes y convocaron elecciones para el 16 de febrero del 36. Pese a todo, en ese bienio, llamado “negro” por la izquierda, se reactivó la economía y descendió el hambre.


Las Elecciones de 1934 y la Revolución de Asturias

Mientras que las elecciones de 1931 fueron ilegitimas ya que resultaron un golpe de Estado y las de 1936 las ganó el Frente Popular fraudulentamente mediante un pucherazo, las elecciones de 1933 fueron las únicas elecciones completamente democráticas de la II República, con libertad total de campaña y votación limpia, ganándolas la derecha, donde se produce también la primera participación de las mujeres en aquellas elecciones y a las que se les echó la culpa de la victoria de la derecha.

- Clara Campoamor, del Partido Radical, fue la artífice del voto femenino. Consiguió que se aprobase tras un legendario debate parlamentario contra la radical-socialista Victoria Kent. La izquierda no quería que las mujeres votasen por miedo a que lo hiciesen a los partidos de derecha. Ahora el PSOE ha intentado apropiarse de la imagen de Clara Campoamor, sin embargo, el socialista Indalecio Prieto votó en contra y llegó a decir que el voto de la mujer es una puñalada trapera a la República. El voto femenino se hizo realidad en 1933. -

El discurso en 1933 de Largo Caballero era terrible, era bolchevique completamente llamando a las Juventudes Socialistas a la revolución abiertamente. El PSOE pretende acabar con el régimen republicano con el pretexto de que la CEDA era fascista, demostrando de esta forma que eran nada democráticos. A parte, no querían una República democrática porque, dicho por ellos, las consideraban burguesa. Casi un año antes de la revuelta de Asturias del 34 ya Largo Caballero está llamando a la revolución.

La izquierda ponía de pretexto el peligro fascista, pero sabían perfectamente que no existía. Lo dijo Largo Caballero y Araquistaín. En la revista norteamericana Foreign Affairs, Araquistaín afirma que el fascismo en España en aquel momento era imposible, sin embargo, cara a dentro decían todo lo contrario. Y Largo Caballero a una delegación sindical extranjera también le afirma que el peligro fascista en España no existía, pero en España lo utilizaba con el fin de movilizar a las masas y crear el caldo de cultivo para la revolución.

Lo que marca verdaderamente el punto de inflexión en la República no va a ser la revolución socialista y radical republicana y la proclamación de Companys del Estado Catalán de octubre del 34, sino las elecciones de noviembre de 1933. Esto es lo que va a modificar la estrategia del PSOE y de los grupos revolucionarios cuando dicen que la colaboración con una República burguesa ya no es admisible y hay que ir a unas posiciones radicales y revolucionarias para conquistar el poder. De esta forma la violencia coge un impulso que alcanza su máximo en la Revoluciónde Asturias.

Hasta el año 33 había habido muchos alzamientos de anarquistas y comunistas contra la República. Es importante recordarlo porque en la Guerra Civil se presentaron como grandes defensores de la República. Pero nada más conocerse el resultado de la primera vuelta de las elecciones, en el mes de diciembre, Largo Caballero lanza una ofensiva contra la UGT por entonces dirigida por Besteiro. Por entonces la UGT era el sindicato mayoritario, pero no era violento y consideraba que un alzamiento no estaría justificado. La ofensiva de Largo Caballero deja arrinconados a Besteiro y sus seguidos, haciéndose con el control del sindicato. Entonces comienza a organizar un golpe de Estado. Hay que tener en cuenta que lo está preparando el principal partido de la oposición.

¿Por qué razón hay esa oposición abierta que va a precipitarse en un proceso revolucionario de intento de toma del poder mediante una rebelión o insurrección por parte de los radicales republicanos y del PSOE? Todo esto es consecuencia porque no se aceptó el resultado democrático de las elecciones de 1933, donde la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), liderada por José María Gil-Robles, gana las Elecciones Generales del 19 de noviembre de 1933, obteniendo 115 diputados. La segunda formación más votada, el Partido Radical de Alejandro Lerroux, obtiene 102, y la tercera, el PSOE de Francisco Largo Caballero, se queda con 59. Las derechas conformaron mayoría absoluta, pero incide un elemento que va a distorsionar muchísimo el equilibrio y la tranquilidad de la II República. La capacidad que tenía el presidente de la República NicetoAlcalá-Zamora de intervenir en los procesos políticos venía avalada por el artículo 75 de la Constitución republicana, el cual le otorgaba la capacidad de destituir tranquilamente e interrumpir los procesos políticos.

- El artículo 75 de la Constituciónde 1931 decía: “El Presidente de la República nombrará y separará libremente al Presidente del Gobierno, y, a propuesta de éste, a los ministros.”Ahora bien, la libertad que artículo concedía al Presidente de la República quedó sujeta, durante la época, a presiones y coacciones de procedencia e intensidad muy diferentes. En determinadas ocasiones se pidió pública o reservadamente la remoción de un Gobierno; en otras, se formuló oposición abierta a la misma. -

Entonces, Manuel Azaña e Indalecio Prieto lo que intentan es que el presidente Alcalá-Zamora revierta el resultado en mitad del partido y dé por suspendidas esas elecciones porque no entienden que la República sirva para que la derecha esté en el poder. Al mismo tiempo Largo Caballero se pone al frente de la UGT y crean un comité de revolución y se tiran los siguientes nueve meses encaminados a llevar la violencia a las calles culminando en la Revolución de Asturias en el 34, ideada por el PSOE. Fue una estrategia para poder volver a llegar al poder de forma violenta ya que lo habían perdido en las urnas.

El 18 de diciembre el Presidente de la República, Alcalá-Zamora, ignora los resultados electorales haciendo uso del artículo 75 de la Constitución y encomienda la formación de un nuevo gobierno a Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical, el segundo más votado. La CEDA se pliega a las amenazas de la izquierda y decide apoyar el gobierno de Lerroux.

Sin embargo, en el otoño de 1934 la CEDA le retira su apoyo a Lerroux y le exige que le permita participar en el gobierno. Alcalá-Zamora lo acepta y el 4 de octubre entran tres Diputados de la coalición derechista CEDA al Ejecutivo de Lerroux, en los ministerios de Justicia, Trabajo y Agricultura. Ministerios que desde ellos no permite dar un golpe de Estado, con los funcionarios de estos ministerios es imposible dar un golpe de Estado, es evidente. Pero ese fue el pretexto que utiliza el PSOE para desencadenar la revolución en octubre del 34.

Al día siguiente, el PSOE pone en marcha una nueva intentona golpista bajo el disfraz de una huelga general. En Madrid miembros armados del sindicato del PSOE, la UGT, intentan asaltar -sin éxito- los edificios de la Presidencia del Gobierno y del Ministerio de la Gobernación. En diversas zonas de España la intentona golpista se traduce en una semana de violencia, lo que obliga al gobierno a hacer intervenir al Ejército. Se trata del levantamiento armado más grave sufrido por la II República antes del 17 de julio de 1936.

Detrás del golpe estaban dirigentes importantes del PSOE y la UGT, como Largo Caballero (Presidente del PSOE y 1932-1935) o Indalecio Prieto (Presidente del PSOE entre 1935-1948), que intentaban imponer un régimen marxista, y de forma desigual por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y el Partido Comunista de España (PCE). Los revolucionarios tomaron Mieres (Asturias) y proclamaron el comunismo libertario, abolieron el dinero y la propiedad privada y asesinaron a religiosos. Asturias quedó en manos de los mineros y a los diez días, unos 30.000 trabajadores forman el Ejército Rojo. Se proclamó la “Primera República de Soviets del Nordeste de España”. Los generales Goded y Franco son los encargados por el Gobierno de la República para sofocar la revuelta. El Ejército derrumbó esa revuelta que se saldó, en toda España, con más de 1.300 muertos y casi 3.000 heridos. La Guerra Civil comenzó en el 34 mediante la Revolución de Asturias, que fue un intento de golpe de Estado.

Algunos ejemplos de los acontecimientos fueron como en Gijón los revolucionarios se habían hecho dueños de las fábricas de armas, se habían agenciado de 36.000 fusiles y 400 ametralladoras y se habían volado las cajas de algunos bancos, después cortaron la luz y el agua. Los sublevados tomaron por completo la ciudad y construyeron una cintura de trincheras. En Oviedo incendiaron la Universidad y el Teatro Campoamor, también fue dinamitada la Cámara Santa en la Catedral. En Mieres y Sama la matanza fue horrible. Las mujeres de Sama rodearon una compañía de guardias de asalto y la pasaron a cuchillo. El abuelo de José Luis Rodríguez Zapatero, el Capitán Juan Rodríguez Lozano, participó en la represión contra los mineros asturianos.

Algunas pinceladas de hechos ocurridos en 1934 son: El estudiante Juan Cuellar es asesinado en junio a manos de un grupo de marxistas, éstos le arrancaron el pelo, le pegaron con un cántaro de vino y bailaron alrededor de su cadáver porque el joven no quiso cantar la Internacional. La militante socialista Juanita Rico llegó incluso a orinar sobre su cuerpo moribundo. Horas después y en plena calle, el grupo de asesinos y otro de falangistas se enfrentan muriendo por un disparo Juanita Rico; En septiembre, la policía registraba la casa del pueblo socialista en Madrid encontrando docenas de fusiles, revólveres, ametralladoras, cargadores de munición, cuchillos, dinamita, explosivos, bombas y 37 cajas de proyectiles. En la operación se detuvo a Wenceslao Carrillo y a Agapito García Tadel, que fueron condenados a prisión; En octubre, en Barcelona, el presidente de la Generalitat de Cataluña, Lluís Companys de Esquerra Republicana de Cataluña, proclamó el “Estado Catalán” dentro de una República Federal Española. Companys junto con el gobierno de la Generalitat en pleno fue detenido y mandado a prisión. Este era el clima que reinaba en España.


LA PROCLAMACIÓN DEL ESTADO FEDERADO CATALÁN

En medio de la vorágine de la II República destacaron un par de personajes que se aprovecharon al máximo de aquel caos a favor de sus aspiraciones particulares: Francesc Macià y Lluís Companys, promotores de la truncada independencia de Cataluña.

En Cataluña el periodo republicano fue el camino más directo para logar la independencia. Cabe recordar que los nacionalistas periféricos españoles, catalán y vasco, habían surgido a raíz del Desastre del 98 tras la pérdida de las últimas provincias ultramarinas. El caso catalán es paradigmático. Las legislaciones a favor de la industrialización y comercialización de los productos de su región por el resto de España, sin olvidar la fuerte migración interna que desde otros puntos del país fluyó hacia aquel territorio, fueron factores claves para el éxito del desarrollo económico y social catalán, en detrimento de otras zonas.

Sin embargo, no sólo no recibieron con gratitud merecida todo el esfuerzo llevado a cabo por los diferentes Gobiernos de la Restauración, la Dictadura y la República, sino que originó entre sus élites un resentimiento y un desprecio hacia el resto de sus compatriotas, que rayaba –ya por entonces y no sólo ahora- lo inaudito.

El cop d’estat català

Aprovechando los hechos revolucionarios y huelgas salvajes que se dieron en toda España (Revolución de Asturias), el 4 de octubre de 1934 empezó la agitación en la ciudad de Barcelona, siendo Companys apoyado expresamente por los comunistas de Alianza Obrera y por los socialistas del Bloque Obrero, frete a cualquier eventualidad proveniente de la legalidad republicana que entorpeciera sus deseos independentistas. Al día siguiente se declaró una huelga general que afectó a toda la región. La intimidación de los huelguistas provocó el cierre de comercios y organismos públicos así como la paralización de los transportes, tanto públicos como privados. El miedo estaba en la calle: los tiroteos pro revolucionarios atenazaban a los ciudadanos de a pie.

En este estado de cosas, los nacionalistas se lanzaron a la independencia –contra los votos de la Lliga de Cambó y la abstención del Partido Radical- proclamando unilateralmente el 6 de octubre el Estat catalá –con Companys al frente- dentro de la llamada República Federal Española –un referéndum independentista y anticonstitucional de facto- que acabó en un estrepitoso fracaso; cabe destacar que ya el abuelo y líder de ERC, Francesc Macià había proclamado, con anterioridad a su fallecimiento, la independencia a raíz de las elecciones municipales de abril del 31.

El presidente de la autonomía catalana (el Estatuto, aprobado en 1932, pasó tiempo en el Tribunal de Garantías Constitucionales), aprovechando el poder que ejercía, lanzó su soflama independentista apoyándose en los Mozos de Escuadra y en los pelotones (escamots) independentistas de Miguel Badía. Los militantes de la Alianza Obrera ya se habían sublevado en localidades como Granollers, Sabadell o Vilanova i la Geltrú y se habían manifestado violentamente con armas en la plaza de la República, actual San Jaime, de Barcelona; a ellos se les unió el alcalde independentista Pi i Suñer. Sin embargo, las fuerzas leales al Gobierno legítimamente elegido en las urnas proclamaron el estado de guerra. Coordinadas las fuerzas militares –desde Capitanía- junto con la Benemérita –desde Gobernación- por el general Domingo Batet, abortaron en pocas horas y sin mucha dificultad el golpe de Estado nacionalista.

Los golpistas fueron juzgados por el Tribunal de Garantías Constitucionales y condenados a 30 años de prisión en el penal gaditano de Santa María; sin embargo, apenas cumplieron algo más de un año, al ser amnistiados por el Gobierno izquierdista del Frente Popular en febrero de 1936, al igual que el resto de los revolucionarios de la preguerra asturiana, sin importar las consecuencias para el orden nacional ni para las víctimas del levantamiento.


LAS ELECCIONES DE 1936 Y LA LLEGADA DE LA GUERRA CIVIL

Febrero a julio de 1936, cinco meses de demolición revolucionaria del régimen por las izquierdas, que arrasan violentamente su legalidad. Tras las furiosas elecciones de febrero, el Frente Popular se arrogó la victoria, aunque nunca publicó las votaciones, arrebató ilegalmente escaños a la derecha y destituyó a Alcalá-Zamora, también de forma ilegal. Marcaron la etapa, verdadera guerra civil “fría”, cientos de asesinatos, incendios de iglesias, asaltos a sedes y prensa de la derecha, invasión de fincas, huelgas salvajes y subida vertical del paro. Era un nuevo régimen ilegítimo, retratado con el asesinato de Calvo Sotelo por milicianos socialistas y policías y el aplastamiento sangriento de las protestas. Cuando el 17 de julio se sublevó por fin una parte del Ejército contra un régimen ya plenamente deslegitimado, recomenzó la guerra civil “caliente” emprendida por las izquierdas en 1934 y no rectificada en su espíritu.

Las propias elecciones del 36 vinieron muy marcadas por las del 34, ya que ocurre algo que no había pasado hasta entonces, y es que los anarquistas votan en el 36 al Frente Popular porque participaron en la revolución de octubre en Asturias. Esto se tradujo, como se decía en el XIX, en una unión entre perros y gatos. Fruto de la revuelta habían miles de anarquistas en las cárceles y estaban votando por la amnistía. Toda la vida política se complica mucho a partir de que el principal partido de la oposición (PSOE) se lanza a dar un golpe de Estado que lo justifican diciendo que la CEDA es un partido fascista y si llega al poder los aplastará, pero la CEDA no era un partido fascista tal y como afirmaron dirigentes socialistas.

La campaña electoral previa no había correspondido a una auténtica democracia. Las izquierdas, muy lejos de retractarse de la guerra civil emprendida por ellas en 1934, la exaltaron como una gloria, y convirtieron en tema central de su propaganda la campaña en torno a las inventadas atrocidades derechistas de Asturias. Fue una campaña auténticamente gangsteril, sin escrúpulos de ninguna clase. Invirtiendo radicalmente la realidad, clamaban: “Nosotros acusamos de verdugos, incendiarios y saqueadores a Lerroux-Gil Robles. ¡A la cárcel!”; “Monstruos sin entrañas”; “El pueblo unido arrollará a las pandillas del crimen”; “Nosotros acusamos de 5.000 asesinatos a Lerroux-Gil Robles. Por menos se ha aplicado el garrote vil”; “¡Por la España antifascista, contra la España del hambre, del terror y la muerte”; “¡Responsabilidades a los verdugos”; “La CEDA y los monárquicos saben que el Bloque Popular es su muerte definitiva”; “Las derechas quieren una España hitleriana, una España ignorante y con hambre, una España sin libertad, sometida al terror de la reacción y el fascismo”; “Votad contra los ladrones, votad contra los torturadores”. Etcétera.

Era una propaganda brutalmente amenazadora, acompañada de loas sin tasa al totalitarismo de Stalin, la panacea de todos los males. Los pocos moderados que quedaban denunciaban aquellos “gritos en la pared que alzan una algarabía”, el “barullo en medio de la oscuridad”. “Crispaciones de ánimo exaltadas y como en trance de locura. ¿Es esto política?”.

La CEDA replicaba: “Ruge la horda revolucionaria vencida por la CEDA en una pugna feroz, y que aparece sordamente unida con otras fuerzas y partidos”; “Contubernio, mestizaje y barraganía de las izquierdas”; “Luchamos por Dios y por España”; “Obreros honrados y conscientes: mientras vuestros hermanos de Asturias luchaban y morían, los líderes huían por las alcantarillas”; “¡Contra la revolución y sus cómplices! ¡Españoles! La patria está en peligro”; “Contra los ladrones y sus cómplices. ¿Dónde están los catorce millones robados en Asturias?”; “Luchan, de un lado, los defensores de la religión, de la propiedad y la familia; del otro, los representantes y voceros de la impiedad, del marxismo, del amor libre”; “Por nuestros hogares amenazados por la muerte y la ruina”; “¡Españoles! Los judas emboscados del separatismo, en criminal maridaje con los asesinos de Octubre, quieren rasgar la unidad de España”. Etcétera. A esta propaganda, historiadores tan lamentables como Tusell la califican de “más extremista” que la contraria.

La izquierda, además, no admitía la posibilidad de ser derrotada. Azaña anunció en vísperas de las elecciones: “Si se vuelve a someter al país a una tutela aún más degradante que la monárquica (así llamaba a un eventual triunfo de la derecha) habrá que pensar en organizar de otro modo la democracia”. Largo Caballero advirtió: “Mañana veremos si existe esa legalidad de hecho, y si podemos fiarnos de ella”. Sólo se “fiarían” de la legalidad si ellos ganaban. La Esquerra afirmó: “El día 16, por aquel gesto de ayer (la sublevación de octubre del 34), recobraremos la República y la Constitución y afirmaremos sus postulados. Para respetarlos e impulsarlos si todos acatan el veredicto popular. Para defenderlos si el adversario vuelve a tomar la iniciativa”. Es decir, sólo reconocería el “veredicto popular”, un resultado favorable a la izquierda gracias a “aquel gesto de ayer”.

El proceso electoral de la última etapa de la República–empezando con las llamadas elecciones del Frente Popular de febrero de 1936- iba de mal en peor. El Gobierno otorgó una libertad total a los movimientos obreros, encabezados por los socialistas, que habían lanzado una violenta insurrección revolucionaria contra el sistema solamente 15 meses antes, pero los grupos de izquierda, otra vez principalmente socialistas, provocaron desmanes que empezaron el día de la votación y continuaron durante dos días más.

Su injerencia en el proceso electoral alteró el resultado de las votaciones en 12 provincias, convirtiendo lo que parecía haber sido un empate en una victoria del Frente Popular. El colmo de estas irregularidades tuvo lugar cuando Portela Valladares, el presidente del Consejo en funciones, dimitió precipitadamente con todos sus ministros, atemorizados por los desmanes.

Azaña resume aquellas jornadas: “Los gobernadores de Portela habían huido casi todos. Nadie mandaba en ninguna parte, y empezaron los motines”. Grupos izquierdistas se llevaron en diversos lugares las urnas o las manipularon. Gil-Robles escribirá: “Los gobernadores civiles manifestaban su parcialidad en muchas provincias y toleraban los desmanes de las turbas, cuando no colaboraban descaradamente con ellas”.

Alcalá-Zamora explica, a su vez: “Prodújose en Portela su derrumbamiento al conocer los datos. Por si era poco su temperamento impresionable, se le contagió el pánico adueñado de Cambó en Barcelona y de Gil-Robles en Madrid, y después de hablar con éstos me llamó en la madrugada del lunes, 17, todo asustado y pidiéndome le autorizase por teléfono la suspensión de garantías y aun el estado de guerra. Al decirle que considerase firmados los dos decretos le aconsejé serenidad y que por lo pronto no llegase al estado de guerra. Ya de día, perdió Portela la serenidad de tal modo que al invitarle yo a trasladarse a palacio me respondió sarcásticamente que iría si lo dejaban llegar, pues creía temerario el intento”.

Portela estaba seguro de que aquellas elecciones abrían paso a una nueva guerra civil. Creía, además, que tras los disturbios estaba la mano negra de Azaña y los republicanos de izquierda, dedicados a presionarle para obtener el reconocimiento de una victoria definitiva y, al mismo tiempo, empujarle a una represión que difícilmente podría dejar de ser sangrienta. En sus memorias reseña los continuos incendios y motines en las cárceles, con muertos y heridos; la suelta de presos en Madrid, incluidos los comunes; la ocupación de alcaldías, la imposición tumultuosa del anterior alcalde de la capital, Pedro Rico, comprometido en la insurrección del 34; tiroteos con víctimas en Zaragoza y otras ciudades, etc. Si, cediendo a las agresivas turbas, declaraba la amnistía, vulneraba la ley; y si las reprimía le harían responsable de la sangre que corriese.

Así, el Gobierno que presidió las elecciones abandonó su responsabilidad para validar los resultados correctos y también administrar la segunda vuelta en las provincias donde ninguna candidatura hubiera obtenido mayoría suficiente. En esta segunda vuelta, que tuvo lugar dos semanas después, se eligió a pocos diputados, pero fue acompañada por más presiones y desmanes contra las derechas, que impidieron su campaña. Éstas se retiraron y la segunda vuelta fue copada por las izquierdas. Legalmente, la segunda vuelta debía ser presidida por el mismo Gobierno de la primera, pero Portela no tenía la menor intención de seguir en un poder inefectivo que le quemaba los dedos. Resolvió, por tanto, dimitir, en la tarde del día 18, entregando el poder al Frente Popular, y concretamente a Azaña, lo cual constituía una nueva y grave ilegalidad añadida a las anteriores. Y al día siguiente, sintiéndose prácticamente sitiado en Gobernación, en la Puerta del Sol, por una masa hirviente que intentaba irrumpir en el ministerio y colgar la bandera roja en el balcón, Portela huyó hacia la presidencia del Gobierno para entregar a Azaña sus poderes.

En marzo tuvo lugar uno de los más conocidos fraudes electorales en la historia de España, la actuación de la Comisión de Actas de las Cortes nuevas. Un rasgo del sistema electoral republicano fue la convocatoria de una Comisión de Actas por los representantes de los diputados nuevos antes de la primera sesión del Parlamento para evaluar la legitimidad de la votación y determinar si por alguna irregularidad o fraude se debían cancelar los resultados en algún sitio determinado. Es decir, otorgaba a los ganadores la oportunidad para juzgar a los perdedores y reducir su representación aún más.

Después de las elecciones de 1933, los ganadores habían obrado con bastante prudencia, pero no fue así en 1936. Los representantes del Frente Popular cambiaron los resultados para 32 escaños en todos los casos menos dos, convirtiendo escaños de derechas en actas para las izquierdas. El fraude fue tan manifiesto que ha sido condenado casi con unanimidad por los historiadores, hasta por un estudioso de la historia tan identificado con las izquierdas como Manuel Tuñón de Lara.


Una victoria ficticia

La comisión decretó la convocación de comicios nuevos para las provincias de Cuenca y Granada, donde las derechas habían prevalecido, y con estos llegó el colmo de los males. No se permitió casi ninguna actividad de campaña a las derechas, sino que se llevaron a cabo varias detenciones arbitrarias, acosos y desmanes, con el incendio de centros derechistas, eliminando cualquier posibilidad de su participación. El resultado fue una victoria total, aunque ficticia, del Frente Popular en dos provincias conservadoras.

Así, el proceso de la degeneración y pérdida de la legitimidad electoral republicana pasó por varias fases bajo el Frente Popular. Primero tuvieron lugar los disturbios y coacciones que alteraron los resultados de las elecciones a Cortes en 12 provincias en febrero, cambiando los resultados. Esto fue durante la segunda vuelta, dos semanas más tarde. La tercera fase la constituyó el extraordinario expolio hecho por la Comisiónde Actas en marzo, seguida finalmente por la supresión de la participación de las derechas en las elecciones parciales en Cuenca y Granada en mayo.

Se puede acusar de muchas cosas a los militares que se sublevaron contra el Frente Popular el 18 de julio de 1936, pero no se les puede acusar de la destrucción de la democracia electoral, que ya había desaparecido a manos del frente Popular.


El asesinato de Calvo Sotelo, líder de la oposición

Siendo Calvo Sotelo el líder del Bloque Nacional, de la derecha monárquica, tiene una intervención el 16 de abril de 1936, durante el primer discurso de Azaña como presidente del Gobierno, en la que pide el amparo, es decir, había un desorden tremebundo en España y da una estadística de los muertos, heridos e iglesias incendiadas para que pudiera publicarse debido a que la censura de prensa lo impedía, pero al ser Diputado el que lo pedía si se podía publicar. Y Azaña tiene una respuesta impresentable cuando le pedía Calvo Sotelo que restableciera el orden público, le viene a decir que no espere que le ayude y que lo importante es la cohesión del Frente Popular y no el acabar con la violencia:

“Si bajo los efectos del terror ha podido parecer un momento que una determinada persona al frente del Gobierno podía ser un escudo protector de los atemorizados, yo no me quiero lucir sirviendo de ángel custodio de nadie. Pierdan SS. SS. el miedo y no me pidan que les tienda la mano… ¿No queríais violencia, no os molestaban las instituciones sociales dela República? Pues tomad violencia. Ateneos a las consecuencias. [...] Lo que importa no es decir que la acción del Gobierno fue de esa o de la otra manera, sino no romper la cohesión [...] Si la perdemos, por la brecha se colará el que quiera; pero no seré yo quien abra la brecha, ni nadie debe esperar en ninguna parte que por argumentos más o menos hábiles de polémica yo consienta en abrir la brecha.”

Calvo Sotelo protagoniza un rifirrafe con Casares Quiroga el 16 de junio de 1936 en las Cortes. Casares Quiroga había anunciado medidas para tratar de controlar el Ejército, Calvo Sotelo expresó veladamente la posibilidad de un golpe de Estado militar, afirmando que sería “loco el militar que no estuviese dispuesto a sublevarse a favor de España y en contra de la anarquía, si esta se produjera”, palabras que generaron grandes protestas. El presidente de las Cortes, Martínez Barrio, le advirtió de que no hiciese ”invitaciones” que pudiesen ser “mal traducidas”, pero Calvo Sotelo insistió en demostrar que las autoridades daban un trato preferente a las milicias del Frente Popular frente al ejército y las fuerzas de seguridad.

Casares Quiroga consideró tan graves las afirmaciones de Calvo Sotelo sobre el Ejército que pidió la palabra y le acusó de simpatizar con los grupos que llamaban al golpe de estado. Quiroga dijo que el ejército estaba “al servicio de España y de la república”, pero le advirtió de que si parte del ejército se sublevase, le haría a él el máximo responsable. Acto seguido, Casares también defendió las medidas tomadas por el gobierno para restablecer el orden público contra manifestaciones hechas por grupos violentos, disparos y ataques a centros públicos, pero diputados como Gil Robles o Ventosa, líder de la minoría regionalista, le acusaron de falta de equidad a la hora de reprender a derechas e izquierdas.

En la contestación a Casares, Calvo Sotelo afirmó que las palabras del presidente del gobierno que de hacerle “máximo responsable” de una posible sublevación, eran “palabras de amenaza” en las que se le había convertido en sujeto no solo activo, sino pasivo, de hechos que decía desconocer. Sin embargo, acto seguido afirmó que aceptaba “con gusto” las responsabilidades que se pudiesen derivar de sus actos, si eran para el bien de su “patria” y para “gloria de España”, tras lo cual lanzaría una advertencia a Casares para que también midiese sus responsabilidades, puesto que en sus manos estaría el “destino de España”:
“Yo tengo, Sr. Casares Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, Sr. Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de S.S. Me ha convertido su señoría en sujeto, y por tanto no sólo activo, sino pasivo de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, Sr. Casares Quiroga. Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi patria (exclamaciones) y para gloria de mi España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: “Señor, la vida podéis quitarme pero más no podéis”. Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio.” (Rumores).

Extracto del Diario de Sesiones de las Cortes Españolas del 16 de junio de 1936.

La diputada del Partido Comunista de España, Dolores Ibárruri, afirmó en esta sesión, refiriéndose a Calvo Sotelo y Martínez Anido, que era una vergüenza que en la República todavía no se les hubiese juzgado, refiriéndose a sus responsabilidades como ministro de la dictadura de Primo de Rivera y como organizador de la guerra sucia contra el sindicalismo anarquista, respectivamente. Tarradellas, en una entrevista, acusó también a Dolores Ibárruri de exclamar en esta sesión, dirigiéndose al diputado monárquico: “Este hombre ha hablado por última vez”. Sin embargo, la controvertida frase no aparece en el Diario de Sesiones y La Pasionaria siempre negó haberla proferido, no habiendo ninguna prueba de que estos hechos se hayan producido.

El 1 de julio de 1936, el diputado socialista Ángel Galarza interrumpe a Calvo Sotelo en una de sus intervenciones. Para el socialista Galarza el uso de la violencia era legítimo contra quien utilizaba el escaño “para erigirse en jefe del fascismo y quiere terminar con el Parlamento y con los partidos [...] Pensando en S.S. encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida”. Esto no era una novedad en el argot socialista, es lo mismo que le dijo Pablo Iglesias a Antonio Maura, la diferencia es que Maura, tras sufrir el atentado no murió. “En medio del escándalo inenarrable que se produjo, podía oírse la voz de Dolores Ibárruri, que gritaba hacia nuestros escaños: “Hay que arrastrarlos”, escribió Gil-Robles. “La violencia, Sr. Galarza, -intervino Martínez Barrio- no es legítima en ningún momento ni en ningún sitio; pero si en alguna parte esa ilegitimidad sube de punto es aquí. Desde aquí, desde el Parlamento, no se puede aconsejar la violencia. Las palabras de S.S., en lo que a eso respecta, no constarán en el Diario de Sesiones”. La respuesta del diputado socialista fue: “Yo me someto, desde luego, a la decisión de la Presidencia, porque es mi deber, por el respeto que le debo. Ahora, esas palabras, que en el Diario de Sesiones no figurarán, el país las conocerá, y nos dirá a todos si es legítima o no la violencia”.

Mientras tanto se fue incubando un golpe de Estado que cristalizaría en la sublevación de parte del Ejército a fin de parar la deriva hacia la que se dirigía España. La chispa fue el asesinato del diputado Calvo Sotelo en la madrugada del 13 de julio de 1936. El cuerpo fue encontrado con varias heridas de bala en la cabeza. El Diputado fue sacado de su casa ilegalmente por guardaespaldas del dirigente del PSOE, por miembros dela Guardia de Asalto capitaneados por el escolta de Indalecio Prieto y el militante socialista Cuenca, que fuel pistolero que le asesinó.

Su hija Enriqueta, describió una minuciosa y emotiva relación de los hechos, narrando la inicial oposición a la detención: “¿Detenido? ¿Pero por qué? ¿y mi inmunidad parlamentaria? ¿Y la inviolabilidad de domicilio? ¡Soy Diputado y me protegela Constitución!”, finalmente optó por acompañar a los guardias sin oponer resistencia, entre reiteradas peticiones de su esposa de que no se lo llevasen. A la casa de Gil-Robles fue otra camioneta para llevarle al mismo destino que a Calvo Sotelo, la suerte es que no estaba en su casa. Intentan acabar con los dos líderes de derechas, tanto con el que tiene mayor número de diputados –Gil-Robles- como con el que tiene mayor protagonismo –Calvo Sotelo-.

El día 15 se reunió la Diputación Permanente de las Cortes. Se prefirió eludir una reunión del pleno, porque todos temían que la sesión terminase a tiros o a golpes. Abierta la sesión, Suárez de Tangil, dirigente monárquico, declaró:

“Este crimen sin precedentes en nuestra historia política ha podido realizarse merced al ambiente creado por las incitaciones a la violencia y al atentado personal contra los diputados de derecha que a diario se profieren en el Parlamento. Nosotros no podemos convivir un momento más con los amparadores y cómplices morales de este acto, aceptando un papel en la farsa de fingir la existencia de un Estado civilizado y normal. Quien quiera salvar a España, a su patrimonio moral como pueblo civilizado, nos encontrará en el camino del deber y el sacrificio.”

Gil-Robles expuso las cifras de la violencia en menos de un mes (61 muertos y 224 heridos, 74 bombas, más las habituales invasiones de fincas, arrasamiento de iglesias y centros derechistas, etcétera), y advirtió:

“Cuando la vida de los ciudadanos está a merced del primer pistolero, cuando el Gobierno es incapaz de poner fin a este estado de cosas, no pretendáis que las gentes crean ni en la legalidad ni en la democracia. Tened la seguridad de que derivarán cada vez más por los caminos de la violencia, y los hombres que no somos capaces de predicar la violencia seremos lentamente desplazados por otros más audaces o más violentos que vendrán a recoger ese hondo sentir nacional. Vais a hacer una política de persecución, de exterminio y de violencia de todo lo que signifique derechas. Os engañáis profundamente: cuanto mayor sea la violencia, mayor será la reacción. Vosotros, que estáis fraguando la violencia, seréis las primeras víctimas de ella. Ahora estáis muy tranquilos porque veis que cae el adversario. ¡Ya llegará el día en que la misma violencia que habéis desatado se volverá contra vosotros!”

La réplica de Indalecio Prieto, extraordinariamente significativa, contiene una verdadera confesión implícita. Al nombrar a la víctima la llamó Gil-Robles en lugar de Calvo Sotelo, lapso freudiano, posiblemente: ¡Gil-Robles había sido uno de los objetivos de los asesinos! Y trató de poner en el mismo plano el asesinato del teniente Castillo, de la Guardia de Asalto, con el del jefe de la oposición, testimoniando involuntariamente que las fuerzas de seguridad del Estado actuaban como grupos terroristas. Asimismo, recurrió a las supuestas atrocidades derechistas en la represión de Asturias en octubre del 34: precisamente con la campaña, básicamente falsa, sobre esas atrocidades, habían logrado las izquierdas crear en España un clima de enfrentamiento guerracivilista antes inexistente.

Equiparó luego el caso de Calvo Sotelo con el de Sirval, un periodista asesinado durante la rebelión de Asturias por unos legionarios. Pero este crimen había ocurrido en situación de guerra abierta… ¡organizada y dirigida en parte por el mismo Prieto! Las palabras de Prieto en aquella ocasión constituyen otro importante indicio sobre su implicación en la muerte de Calvo Sotelo: eran exactamente las argucias o pretextos con que los pistoleros justificaban su acción.

El líder comunista José Díaz Ramos se encaró violentamente a los derechistas:

“Hemos preparado una proposición de ley para que el Gobierno pueda declarar ilegales todas las organizaciones que no acaten el régimen en que vivimos, entre ellas la CEDA, que es una de las más responsables de la situación. Los responsables de los atentados sois vosotros, los de la derecha, con vuestro dinero y con vuestras organizaciones. Por tales actos, vuestro puesto no debiera estar aquí, sino en la cárcel. Tengo la seguridad de que el 90 por ciento de los españoles arrollará cuanto intentáis hacer.”

El representante de la Esquerra abogó por intensificar el izquierdismo gubernamental, llevando las cosas más allá del programa del Frente Popular. A esa política, practicada en Cataluña, la llamaba Companys “democracia expeditiva”. Azaña, en un momento de lucidez, la definiría como “despotismo demagógico”.

Manuel Portela Valladares lanzó un desesperado llamamiento a la tregua. Dirigiéndose a las derechas, les dijo: “Vosotros tenéis el fervor de la patria. ¿No os preocupa la patria? ¿No la habéis de poner, en estos momentos de gravedad y de preocupación, por encima del apasionamiento político? Por el bien de todos, hasta por egoísmo personal, estamos obligados unos y otros a decir: ¡alto el fuego!”. Una invocación puramente patética en tales circunstancias. Gil-Robles le replicó:

“Ha estado muy en su punto que hiciera el señor Portela una invocación al sentido patriótico y al sentido de colaboración. Pero nosotros no lo hemos roto. En las filas de los republicanos de izquierda, si no en las declaraciones en el Parlamento, sí en los pasillos, se habla constantemente de intentos o conatos dictatoriales; los partidos obreros están diciendo que la meta de sus aspiraciones es la dictadura del proletariado. ¿Qué os extraña que las gentes oprimidas estén pensando en la violencia? Vosotros sois los únicos responsables de que ese movimiento se produzca en España.”

Un artículo de Solidaridad Obrera, órgano anarquista, proponía que, después de su discurso enla Diputación Permanente, “no debía permanecer Gil-Robles ni un minuto más con vida”. Tras el atentado contra Calvo Sotelo, Gil-Robles dormía atrincherado en su casa con un verdadero arsenal a mano, y, según comenta en sus memorias, hubo un intento frustrado de asesinarle en los pasillos de las Cortes.

Prieto hizo su célebre diagnóstico: “Será una batalla a muerte, porque cada uno de los bandos sabe que el adversario, si triunfa, no le dará cuartel. Aun habiendo de ocurrir así, sería preferible un combate decisivo que esta continua sangría”. Las izquierdas se sentían optimistas. Un diputado del PSOE comentó a Zugazagoitia: “Las consecuencias de las que ahora se habla, no creo que debamos temerlas. Si las derechas levantan la bandera de la rebeldía, será llegado el momento de ejemplarizarlas con una lección implacable”.

El diario Claridad, del PSOE de Largo Caballero, analizaba:

“La lógica histórica aconseja soluciones drásticas. Si el estado de alarma no puede someter a las derechas, venga cuanto antes la dictadura del Frente Popular. Es la consecuencia lógica e histórica del discurso de Gil-Robles. Dictadura por dictadura, la de izquierdas. ¿No quiere el Gobierno? Pues sustitúyalo un Gobierno dictatorial de izquierdas. ¿No quiere la paz civil? Pues sea la guerra civil a fondo.”

De hecho, el PSOE venía pregonando la guerra civil, a menudo abiertamente, desde hacía dos años. Y, como observa el historiador Stanley Payne, “iban a tener pronto más guerra civil a fondo de la que esperaban”.

Las derechas y los militares, ya quedó indicado, eran remisos a rebelarse, a pesar de su extrema indignación, porque las posibilidades de triunfar parecían lejanas, y un fracaso podía resultar definitivo. Algunos criticaban no haber aprovechado la insurrección izquierdista de octubre para contragolpear, en lugar de haber defendido la República, pero el asesinato de Calvo decidió a la mayoría.

Siguieron dos días de calma engañosa. “La mañana del 16 estaba todo en calma –recuerda Diego Martínez Barrio–. Los periódicos, en sus comentarios a la sesión dela Diputación Permanente, daban una impresión optimista y tranquilizadora. Además, brillaba el sol y la multitud bullanguera, sorbiendo el aire estival, parecía muy lejana y apartada de las luchas políticas de turno de un momento a otro, el doctor Pangloss de turno diría campanudo y sonriente: ‘Este es un pueblo feliz…’”.

El general Mola no tenía los apoyos ni recursos necesarios para realizar el alzamiento, pero el asesinato de Calvo Sotelo fue la gota que colmó el vaso para que Franco, muy reticente al principio para unirse a la insurrección, apoyara el alzamiento de Mola. El asesinato es el colofón de una actuación absolutamente arbitraria y el fin de lo poco o nada que quedaba de un Estado de Derecho.

El 17 empezaba, algo precipitadamente, la rebelión en Marruecos.

Rebelión que por una parte esperaba sin duda alguna Santiago Casares Quiroga y Largo caballero ¿Por qué? La estrategia era la siguiente, no hacer un alzamiento revolucionario como el del 34 porque sabían que sería aplastado como el de la Sanjurjadae n el 32 para alcanzar el poder, sino que, una provocación mediante cada una de las medidas arbitrarias que se estuvieron haciendo desde ya el 34 con la Revolución de Asturias y a partir de febrero de 1936 mediante el desarrollo de la violencia que se llegó a la máxima exaltación hasta el paroxismo. También con detenciones arbitrarias, ilegalizaciones de partidos políticos, la utilización de jueces y magistrados para ese proceso de detenciones. Violencia en estado puro. Todo esto es lo que quería buscar el partido socialista para conquistar el poder. Buscaban como llamaban ellos una rebelión de “mini Guerra Civil” para provocar un golpe al Estado que sirviese de excusa para aplacar el golpe y llegar al poder. Estaba tan provocado el golpe de Estado que incluso un diputado socialista, Diego Martínez Barrio, le llegó a decir a Clara Campoamor que tenían decidido en caso de sublevación militar armarían a las milicias. Sabían que ocurriría porque la situación era insostenible. Lo consiguieron, pero les salió mal, muy mal.


Salto a la Guerra Civil

Tras el asesinato de José Calvo Sotelo, una semana más tarde, el 17 y 18 de julio de 1936, el Ejército de África se alzaba en armas en el protectorado marroquí dando comienzo a la Guerra Civil. La República había terminado. La Guerra Civil estaba servida.

La II República es el origen de muchos de los males ideológicos de los españoles. La derecha nunca se ha acabado de arrepentir de haber ganado la Guerra Civil donde la estaba exterminando el Gobierno dela República, y al mismo tiempo la izquierda nunca ha perdonado haber perdido la guerra que ellos habían empezado.

La izquierda se ha preocupado mucho de mentir diciendo que unos luchaban a favor de la República y la Democracia, y otros a favor de la Dictadura. La realidad es que cuando estalló la Guerra Civil la República no era ni democrática ni libre. Ya se había convertido en un sistema asesino, en el caldo de cultivo para la llegada de la Guerra Civil. La quimera ya se había desmoronado sobre sangre, incendios de iglesias y llantos de paseos dela Brigada del Amanecer.

En el lado de los nacionales no se luchaba por una dictadura, por el simple hecho de que la dictadura llegó como consecuencia del fin de la guerra. La Guerra Civil llegó para recuperar la unidad de una España troceada y echada al vertedero por unos dirigentes políticos fanáticos e insensatos. Hubo terror e injusticias en una y otra retaguardia. Y ganó la Guerra los sublevados porque no se mataron entre sí, como ocurrió en el bando republicano. Pero los combatientes del bando nacional, no luchaban por una dictadura. Y decir que se combatía por la libertad y la democracia con la URSS como quimera, se me antoja una frivolidad. Tampoco era cierto que eran republicanos cuando el Frente Nacional se hizo llamar Ejército Rojo durante la Guerra Civil.


Un República de mentiras y gordas

La izquierda siempre ha alabado la II República, pero ésta fue el caldo de cultivo para la llegada de la Guerra Civil. El clima de violencia por parte de los radicales izquierdistas, la Revolución de Asturias, la pasividad de los dirigentes, las huelgas, los incendios a edificios religiosos, las pistolas o el asesinato de Calvo Sotelo a manos de socialistas son ejemplos inequívocos de hacía donde se dirigíala II República.

La II República puso de manifiesto el espíritu nada democrático de la izquierda. El monopolio de la violencia lo tuvo el Estado, nunca hubo tanta violencia en la calle como en aquella época. Quisieron acabar con la derecha y asaltar el poder de cualquier forma para alcanzar “la dictadura del proletariado”. El mito de la izquierda ha sido el mito del golpe de Estado de Franco contra un gobierno legítimamente establecido, contra un Estado de Derecho. Sin embargo, ha quedado probado que las elecciones del 36 fueron un pucherazo y una serie de desmanes contra la derecha.

La República se rompió desde el primer mes quedando por los suelos ese supuesto Estado de Derecho. Es falso que fuera la derecha la que acabó conla República, sino que fueron sus gobernantes de izquierdas quienes la decapitaron. Una izquierda socialista que quería una revolución, una izquierda comunista que quería un conflicto para que interviniera la URSS y pudiera salir victoriosa, una CNT que jamás quiso una república, el propio Azaña que pensaba que una República era válida si era solo de izquierdas y que no permitiera llegar al poder a la derecha o el propio Largo Caballero que siempre conspiró y fue el artífice de la insurrección del 34.

La II República fue un caos, un caos provocado por la izquierda que culminó en un golpe de Estado. La izquierda la ha intentado sostener bajo unos pilares que son falsos, son absolutamente contrarios a la verdad histórica, otra cosa es la propaganda política. Por lo tanto, todo esto hay que recordarlo, pero no para celebrarlo sino para no repetirlo.

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